Rosita y el obispo

Rosita y el obispo

Rosita quería mucho a Mons. Quarracino, y a cualquiera que me ayudara a ser un
buen sacerdote. A veces lo visitaba. Esperaba en la antesala sentada en un butacón.
No tenía miedos porque vivía en la presencia de Dios y cada persona significaba para
ella un encuentro con Jesús.
Al obispo de Avellaneda le agradaba esa figura pequeña, amable y sencilla. ¿Quiere
un mate, Rosita? Preguntaba y se reían de buena gana. Rosita era la alegría continua,
fruto de una vida entregada y de oración.
Un día sacaron el tema de la santidad. El buen hombre con ironía insinuó: Dios es
muy bueno con usted. Rosita. Ella respondió: ¿Cómo lo sabe, monseñor? Contesto él
con su buen humor: Porque el Señor la puso al lado del P. Osvaldo para que,
soportándolo, usted se santifique. Me parece que lo está logrando a la perfección… Ja,
Ja!

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