PASCUA EN UNTERMARCHTAL
La Semana Santa de 1987 la pasé en Alemania. Conocía a las vincentinas desde Navidad de 1965, cuando era un joven estudiante en Roma. Untermarchtal es una aldea con un convento, una iglesia parroquial, un club de fútbol y algunas casas de laboriosos campesinos o empleados de fábricas. Conocía a Mutter (madre) Johannella, a Mutter Engelharda, a M. Adeltrudis, a Schwester (hna.) Caritas, a S. Gabrielis, a M. Marieluise y tantas otras.
Como es de suponer, todo era «en serio». Silencio total. Largas horas de oración. Ayuno en serio. Todo el mundo estaba ocupado en las cosas de Dios. Los monaguillos eran también serios, aunque se mostraron como «chicos» cuando el lunes pascual (feriado allí) fuimos de paseo bordeando el Danubio. Los Gaibler me invitaron el domingo de Pascua a la noche a concluir el triduo: Volker era un chico fanático de la astronomía y la música, y ahora está concluyendo sus estudios de física en Heidelberg, Mons. Berthold, que me recibía en su casa llamada Sancta Agnes, es la persona más sencilla que pueda imaginarse. Shcw. Philippa mandaba la batuta allí.
Cuando llegó la Vigilia Pascual, a medianoche entre sábado y domingo, quedé atónito: las flores en la iglesia conventual dejaban sin aliento: la transfiguración de Jesús se había realizado. Los cantos pascuales sólo podían comprarse a cuando yo estaba en Jesús de la Buena esperanza. ¡Quién podía dormir esa Noche! Sin embargo, todavía faltaba algo. A la mañana, después de dormir pocas horas, la aldea eterna se reunió en la iglesia parroquial, pequeña y con una organista célebre. Al terminar misa, la gente salió hacia el cementerio que la rodeaba. Cada uno llenaba de flores las tumbas previamente alistadas, encendía hermosos cirios pascuales decorados, y rezaban en familia. ¡Qué distinto a los cementerios argentinos, de las aldeas españolas, o italianas! Se me estrujaba el alma al ver un espectáculo insospechado. Volví a la tarde, solo, y contemplé, no un cementerio, sino un jardín de esperanza.