Origen de la libertad cautiva
La voluntad es el origen de la libertad cautiva porque elige la carne y abandona a
Dios. De esta opción brota una adhesión profunda a las inclinaciones corporales que
llevan al hombre a ser un prisionero de guerra. Los frutos de esa libertad son frutos
de un árbol malo; es la conscupiscencia. Se instala una esclavitud que privilegia el mal
y se prolonga cada vez más por las elecciones que hacemos. Sin embargo, la
esclavitud no es determinismo: solo la persona es esclava, las cosas sin inteligencia
son determinadas. El ser humano no puede ser plenamente absorbido por el mal. Por
eso, puede edificar casas, trabajar a consciencia, sacrificarse por un ideal. Porque
pese a a libertad cautiva hay fuerzas internas no corrompidas. Somos contradictorios:
ni la inteligencia ni la voluntad son absorbidas completamente por el mal. Los
instintos de generosidad no pueden ser suprimidos por los instintos egoístas. La
conscupiscencia y el pecado no pueden matar nuestra aspiración más profunda, que
es la unidad de alma y cuerpo, aunque la oscurecen y hacemos acciones que
contradicen esa aspiración.