
Nuestro cuerpo herido
La primera herida es cuando el cuerpo se enferma o sufre, porque impide la
actividad normal del alma. La salud es un bien real, y Dios protege y restablece
nuestra salud. Aquí también hay que decir que la Eucaristía realiza el contacto
de nuestra carne con Jesús que curaba a los enfermos. De una manera discreta
la Eucaristía es un remedio para la salud. La segunda herida es cuando el
cuerpo deja al alma: es la muerte. Aunque para los cristianos esa muerte no es
definitiva. Sabemos que nuestro cuerpo resucitará. También hay una relación
directa entre Eucaristía y Resurrección. La Eucaristía es un anticipo de la
inmortalidad. En una palabra, sea que viva aquí o que sea resucitado el cuerpo
del cristiano es un cuerpo consagrado para glorificar a Dios. Alabamos a Dios
con nuestro cuerpo, sea en la dureza y sudor del trabajo, en la fatiga
acumulada, en el sufrimiento que llega, en las acciones del amor. Sea que esté
unido al alma aquí en el mundo, sea como resucitado, todo nuestro cuerpo es
un medio para servir a Dios.