
Somos peregrinos con nuestro cuerpo cristiano
Nuestro cuerpo es un cuerpo redimido. Jesús pagó un duro rescate para que
volviésemos a ser propiedad de Dios. Es un cuerpo consagrado. Por el
Bautismo todo cambió: fuimos lavados, perfumados, marcados con la cruz y
consagrados. Así el cuerpo es un compañero del alma. Está purificado. Los
pecados de impureza son una profanación. Por la Confirmación nos gastamos
para dar testimonio de la Fe, ya que recibimos la fortaleza para participar de los
sufrimientos de Jesús. Por la Eucaristía se sana el cuerpo por medio de un
contacto escondido y profundo con Jesús y su Padre. El cuerpo sigue siendo
tentado e instrumento de pecado. Aunque la Comunión nos lleva a que nuestro
cuerpo sea cada día más afin a Jesús. Por eso rezamos así: que esta santa
Comunión destruya nuestros deseos carnales y ponga paz en los movimientos
del alma y del cuerpo.