LA CASA
Los gritos de la gente se oían desde lejos. Se quemaba una casa que ardía entre llamas, mientras los vecinos se lamentaban mirando como hipnotizados el fuego. Los bomberos trabajaban denodadamente y eran ayudados por todos.
Otros lloraban. Y decían: -«pensar que Zulema y Juan no están. Si vieran el trabajo de su vida hecho cenizas… Menos mal que tampoco están los chicos». La tristeza se veía en cada rostro.
Había algunos que se habían sentado y como si alguien les hubiera dado calmantes, miraban desanimados la escena. Otros se movían como si fueran realmente los dueños.
Por fin, llegó mi amiga. No gritó. No lloró. Quedó muda. Cayó de rodillas en la calle y mirando su hogar incendiado suplicó en su corazón: -«Jesús Misericordioso, sólo te pido que queden bien los cimientos para volver a construirla».
Al rezar así se trasladó en espíritu al santuario que yo había fundado sobre la parroquia que el P. Victor Vincens había creado en 1956. Se colocó delante del icono del Señor como una pobre necesitada frente al único que podría ayudarla.
Su oración fue escuchada. Los cimientos se conservaron intactos.
Y nuevamente comenzaron a levantar su casa. Y se decían: «Ni Jesús sacó todo el mando de mundo, y El no dudó en ir a la cruz. Reconstruyamos nuestra casa y así entenderemos cuánto sufren millones de hermanos».