HOMBRE DE DIOS:

HOMBRE DE DIOS:

Los Mazzoli habían venido varias veces a la Casa de Jesús. Yo había sido compañero del secundario de Julio, que vivía en los Estados Unidos. Me llamaron para ver si quería acompañar a Jorge junior durante enero de ’75 que iba a visitar a sus tíos. Julio me invitaba. Acepté, pues allí vivía también George el hermano de Rosita, sin imaginar lo que es un invierno en Michigan. Los muchachos se divertían mucho con la nieve y el hielo. A mi no me hizo gracia congelarme así.
El párroco de Birmingham, venía a buscarme cada día para concelebrar la Misa matutina con él. Luego tomábamos el desayuno y conversábamos un rato hasta que me traía. Lo quise mucho y supe años después que para pasar su soledad, se dedicaba a la bebida. Al menos, con la gente y conmigo nunca apareció mal. Al contrario, se esforzó para que comprendiera esa cultura diferente.


George me buscaba a veces para ventilarme un poco: un partido de basket ball o de fútbol. Un día me propuso ir a visitar a su párroco y su comunidad: el santuario de santa Teresita en Royal Oak. Los curas me recibieron de maravilla: me invitaron a cenar al sábado siguiente a las 5 de la tarde y a celebrar la Misa vespertina un poco más tarde. Allí conocí a Eduardo Prus, uno de los sacerdotes más extraordinarios que Dios puso en mi camino. Desde entonces Eduardo ha sido fuente de inspiración en mi propio sacerdocio. Cuando yo estaba en Colombia al servicio de América Latina, decidió irse a vivir a una «favela» de Recife en Brasil. Allí estuvo tres años hasta 1.990. Antes de regresar a su país, vino a Argentina para conocer la comunidad de Jesús Misericordioso: los Fontán y los Beloqui aún recuerdan como podía expresarse en la Misa, sin saber castellano, y provocar la risa de todos. Sigue siendo mi amigo del alma.

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