COMENTARIO A LA ORACIÓN «BENDITO ÁNGEL GABRIEL»
Se comienza reconociendo que el ángel Gabriel es «bendito», e.d., bienaventurado. En la Biblia (Dan. 7) Gabriel aparece como el embajador de Dios para anunciar cosas decisivas: el tiempo que falta hasta la llegada del Mesías, y el anuncio de la concepción virginal en María (Luc. 2). Gabriel contempla el rostro de Dios y le sirve.
Bienaventurados son quienes contemplan el rostro de Dios y el delante de su Gloria. Invocamos a Gabriel reconociendo de donde proviene su «santidad».
Luego, le damos su título: es el mensajero, el vocero, el embajador, el comunicador de los mensajes de Dios. Dios se manifiesta a María mediante este mensajero de Buenas noticias y le anuncia el Misterio de la Encarnación del Hijo eterno. Nunca hubiésemos comprendido lo que sucedió en el seno de María, sin este anuncio salvador: Dios envía a su Hijo, su Verbo eterno, para que asumiera la naturaleza humana en su seno purísimo. Sin dejar su divinidad y sin mezclarse con la humanidad, la Persona eterna del Verbo de Dios asume la naturaleza humana en María y la sostiene para siempre: el Verbo se ha hecho carne (Juan 1:14). Ese es el anuncio.
En un segundo momento, frente a la confusión de María, que no puede entender ese Anuncio, Gabriel le asegura a la Virgen que lo que sucederá en ella es obra del Espíritu Santo. El amor eterno del Padre y del Hijo tiene la misión de realizar lo que la mente humana no puede comprender. «Cubrir con la sombra» trae a la memoria de María lo que Dios hizo por su pueblo cuando huía de Egipto hacia la Tierra prometida. De día, la nube los acompañaba y de noche una columna de fuego. La sombra de Dios es la protección, y la seguridad que este Misterio es una elección: Dios elige a María como nueva Arca de la Alianza. Igual que la antigua Arca fue cubierta por la nube en la consagración del Templo, ahora María es cubierta por la sombra del Espíritu, porque ella cobijará al Verbo que simboliza la Nueva Ley.
La tarea de Gabriel ha sido sencilla y capital: sacar a María de su desorientación y aconsejarla para que comprendiese la voluntad de Dios. Por eso, María acepta el Misterio y dice: «Que se haga en mí según tu Palabra».