
UNA CUESTIÓN DOCTRINAL: EL PAPADO
Un ecumenismo de arriba: «Que lo haga el Papa»
El problema de lo que O’Malley llama «la papalización» de la Iglesia» ha afectado al ecumenismo. En efecto, tanto Juan XXIII, como Pablo VI y el actual Papa han realizado esfuerzos ingentes para la causa de la unidad de los cristianos. Sin embargo, no pudieron evitar la «papalización del catolicismo». Esa «papalización» consiste en que se ha puesto en el centro de la vida de la Iglesia al Papado y se lo ha convertido en el símbolo de la identidad católica. Todos los católicos conocen el nombre del Papa, que «dirige la Iglesia», que «nombra los obispos», y cuyo retrato está en cada secretaria parroquial. Este proceso comenzado tímidamente con Juan XXIII, siguió con Pablo VI y ha culminado con Juan Pablo II: no se puede hablar del catolicismo sin mencionar al Papa. Las biografías del Papa actual son incontables. Los católicos actuales podrían estar tentados de pensar que eso sucedió «siempre», y no es así. Por consiguiente, si el Papa firmara los decretos de unión con cualquier comunidad cristiana, nadie dentro del catolicismo tendría dificultad en aceptarlos. Eso, sin embargo, sería un ecumenismo «desde arriba», que por otra parte sería imposible de lograr. Por qué? Porque precisamente uno de los principales pun tos de fricción entre las comunidades cristianas es el Papado, y especialmente, con respecto a las Iglesias ortodoxas.
Las Declaraciones comunes entre el Papa y los Patriarcas orientales, por una parte, y la Declaración común católica y luterana sobre la doctrina de la justificación,» por otra, nos hacen comprender que incluso las cuestiones teológicas más graves y complicadas pueden ser entendidas in bonam partem por los miembros de las comisiones nombradas por las respectivas jerarquías. Con todo, hay una cuestión que, pese a los buenos acuerdos obtenidos entre católicos y luteranos, 18 y católicos y anglicanos! toca la sensibilidad y la cultura de las otras comunidades cristianas: el Papado. Por eso, de nada servirían los acuerdos aprobados por el Papa, si el Pueblo de Dios no toma conciencia de su responsabilidad en la unión de los cristianos y en la manera de concebir a la misma Iglesia. El Concilio Vaticano II, después de arduas discusiones, colocó la doctrina sobre el Pueblo de Dios, antes que la jerarquía de la Iglesia. Como dijo un personaje eminente de la Curia romana. «Existe una primacía papal, porque existe una primacía de la Iglesia al servicio de la caridad, y esta primacía (de la Iglesia) precede a la otra, la condiciona y la incluye». Por consiguiente, no se trata de que el Papa «haga» el ecumenismo, sino de que toda la Iglesia clérigos y laicos asuman el desafío de la voluntad de Cristo. Ese desafío tendrá que volver a pensar el ministerio papal. El Papa mismo no considera la cuestión de la unidad de los cristianos como una «zona de exclusión» (que contiene un problema critico) en la cual ningún miembro de la Iglesia pudiera acercarse. Si sobre el tema del ejercicio del primado se mantuviera el silencio total (aun cuando sabemos que es uno de los principales obstáculos a la unidad) la Iglesia entera sufriría graves consecuencias: cinismo y sensación de impotencia. El Papa Juan Pablo ha puesto sobre el tapete el tema para que nadie piense que quien aborda el asunto del ejercicio del primado romano será castigado, ya que para algunos cualquier cuestionamiento a lo que «se hace» actualmente parece un ataque personal. Esa actitud -«nadie se atreve a hablar»-agota las fuerzas de la Iglesia, que que da en la inacción, el estancamiento y la decadencia. Por eso, Juan Pablo ha pedido auxilio para afrontar este desafío.
La función petrina y el oficio del Papado romano.
Juan Pablo II afirma: «Estoy convencido de tener acerca de la comunión plena y visible de todos las comunidades, una responsabilidad particular, sobre todo al comprobar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se bara a una situación nueva». Hay que analizar cuál es esa «situación nueva» y por qué se dirige al Papa el pedido de ejercer la primacía de una forma nueva, e. d., diferente de la actual.
Recordemos que no existe ninguna palabra de Jesús sobre los sucesores de los apóstoles, ni sobre el sucesor de Pedro. Sabemos que la Iglesia no depende solamente de las palabras históricas de Jesús, aunque la función que le asignó a Pedro es un factor importante en el desarrollo histórico del oficio petrino. Ese desarrollo exige aceptar la evolución natural de las instituciones religiosas y la presencia del Espíritu Santo en la estructuración del ministerio papal. En cuanto católicos, sostenemos que el Espíritu Santo no es un impulso contrario a lo institucional, sino constitutivo del conjunto de la Iglesia, lo visible y lo invisible. Esto significa que lo humano y lo divino no se pueden separar en la evolución de los ministerios. Así, p.e., la comunidad de los orígenes consideró a los diáconos (los «siete») como una respuesta del Espíritu Santo al problema económico de las viudas y los huérfanos. Esta acción del Espíritu Santo dio origen a un nuevo ministerio. Nada impide que el Espíritu Santo, como lo indica la misma actitud del Papa actual, esté llamando a una nueva forma de ejercicio del don de la autoridad en la Iglesia, para servir a la unidad cristiana. Lo que está sucediendo en este momento de la historia es que el Espíritu Santo invita a la Iglesia a hacer del papado un instrumento más eficaz para la unidad. Es lo que pretende el Papa, cuando, al término de su encíclica. pide al Señor con impulso renovado y conciencia más madura, la gracia de prepararnos (todos) a este sacrificio de la unidad».
El primado papal no debe identificarse con el estilo actual de centralización administrativa que se desarrolló desde que los Papas en Avignon crearon la burocracia curial, el estilo de órdenes de arriba hacia abajo que rige hoy en toda la Iglesia. En 1974 era demasiado «audaz» declarar en común, como hacían los católicos y luteranos de los Estados Unidos que «hay una centralización del poder en la Sede romana y en la Curia romana. El Papa no es un monarca absoluto. No es el representante de Cristo, sino el vicario de Pedro. Hay que ver al Papa desde el punto de vista de la Iglesia, y no a la Iglesia desde la óptica papal». Como es bien sabido, la centralización de la Iglesia en varios casos de la historia, sirvió como instrumento de reforma y no de poder político, p.e. en el caso del libelo del Papa Hormisda (514-523) para defender a los obispos orientales en el cisma de Acacio, o bien con ocasión de la reforma del papa Gregorio VII en el asunto del sistema de propiedad en los países germánicos que ponía a las Iglesias como propiedades de los individuos (obispos, abades y, por lo tanto, de los príncipes que los nombraban), o también cuando el Estado comenzó a inmiscuirse en las Iglesias de Francia, Bélgica, los Países bajos y germanos (s. XIX).
La nueva situación de que habla el Papa es la tendencia con temporánea, por variados motivos históricos, culturales. psico lógicos y religiosos, a que la Iglesia Católica salga de un estilo centralizado. Hay que recordar que el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática «Lumen Gentium» puso los cimientos de una nueva manera de considerar a las Iglesias locales, a la Comunión y a la colegialidad del Papa y los obispos. La «nueva situación» podría definirse así: han cambiado los modelos de la sociedad, y por consiguiente, deberían cambiar también los modos jurídicos con que se responde a los nuevos modelos. La forma jurídica del ministerio petrino es una expresión de su significado teológico, y esa forma jurídica puede cambiar. Los acuerdos con los luteranos y anglicanos demuestran que, pese a cualquier dificultad histórica en el desarrollo del papado, el oficio petrino es considerado esencial en la vida de la Iglesia. El ecumenismo ha tenido un largo itinerario hasta llegar a las formulaciones tan contundentes sobre el ministerio de Pedro en la constelación de Cristo. Hemos debido seguir caminando un cuarto de siglo, hasta que esas atinadas reflexiones de 1974 pudieran hoy servir a la causa de la plena unidad cristiana.
Desarrollo del ministerio esencial del papado: tres ejercicios.
El papado tuvo distintas realizaciones históricas:
- La actual, que obviamente el Papa no menciona dándole nombre, pero que podría denominarse «el centralismo papal de un modelo monárquico», como la denomina McDonnell. Con todo por el contexto del discurso de Juan Pablo II, puede entenderse que esta forma ha durado un milenio. Esta forma histórica es la existente hoy y fue precedida de otras dos, que el Papa menciona en la encíclica «Ut unum sint». El centralismo se originó en la denominada «lucha por las investiduras» y la reforma de Gregorio VII en el s. XI. Gregorio se llamó «vicario de Pedro». Recién Inocencio III, un siglo después de titulo «vicario de Cristo». Al terminar el feudalismo y consolidarse las monarquías de Francia e Inglaterra, el papado desarrollo también una estructura monárquica.» Aunque parezca increíble, las críticas al papado por 29 parte de los «reformadores», en el s. XVI, ayudaron a fortalecer el sistema monárquico del papado, tanto que los catecismos que surgieron en ese siglo definían a la Iglesia con el agregado «bajo el gobierno de Pedro y sus sucesores, los vicarios de Cristo»
- La segunda forma de ejercicio del primado la sintetiza el Papa citando al Concilio Vaticano II: «Durante un milenio los cristianos estuvieron unidos por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de fe o de disciplina». Esta forma es la de una Comunión de Iglesias hermanas» que por asentimiento común quieren que la Sede Romana actúe como «moderadora».
- La tercera forma, que es en realidad la primera en orden cronológico, la indica el Papa de la siguiente manera: «La primera parte de los Hechos de los Apóstoles presenta a Pedro como el que habla en nombre del grupo apostólico y sirve a la unidad de la comunidad, y esto respetando la autoridad de Santiago, cabeza de la Iglesia de Jerusalén… No es acaso de un ministerio así del que muchos de los que están comprometidos en el ecumenismo sienten hoy necesidad? Presidir en la verdad y el amor para que la barca no sea sacudida por las tempestades y pueda llegar un dia a puerto».» Esta forma es la que se conoce como presidencia en la caridad» «ya mencionada por los Santos Padres, comenzando por S. Ignacio de Antioquia en su Carta a los romanos: «ecclesiae… universo caritatis coetui praesidens» (a la Iglesia que preside a la universal congregación del amor).»
Esta enumeración sirve para visualizar el desarrollo del ministerio petrino, un desarrollo que se hace fielmente a partir del testimonio del Evangelio. Sin embargo, no cualquier desarrollo es, en principio, bueno. Es importante aceptar la legitimidad del desarrollo del ministerio petrino en el primado romano. Pero hay que tener en cuenta que hay desarrollo de lo que es esencial y también de elementos secundarios. Lo esencial del primado es mantener a la Iglesia por el camino de la verdad y de la caridad.
Una prueba de los elementos esenciales es el desarrollo eficaz de la colegialidad episcopal en la Iglesia. La unión con otras iglesias, ortodoxas y protestantes, depende de la posibilidad de que es tas mantengan lo más posible su legitima autonomía y diferencias, у al mismo tiempo funcionen íntegramente como una iglesia. Así p.e. Pío IX defendió a los obispos alemanes contra el canciller Bismarck después del Concilio Vaticano I. Los obispos alemanes tenían razón cuando afirmaban que el Concilio no había convertido al Papa en un soberano absoluto, como si ellos fueran simples funcionarios o representantes del Papa, sin responsabilidad personal. El Papa tiene potestad suprema y universal en la Iglesia, pero en cuanto obispo de Roma, no en cuanto obispo de otra ciudad o diócesis. Cada obispo en su diócesis tiene su propio papel, y debería desempeñar ese papel en su diócesis, su región y su país, en comunión con el Papa.»
Desarrollo de elementos secundarios
Lamentablemente el papado romano se ha identificado con esa característica de centralización burocrática y administrativa que ha tomado en la Iglesia latina. Sin embargo, no es necesario que todo lo que sucede en cada Iglesia local deba pasar por el filtro de la administración central de la Iglesia. A pesar de la declaración solemne del Concilio Vaticano II sobre el respeto a la pluralidad de estilos eclesiales, en estos últimos años la administración romana no la ha contemplado. La crisis con respecto a la traducción al inglés de los textos litúrgicos, entre la Curia romana y la comisión de once conferencias episcopales de habla inglesa, es un ejemplo entre tantos. Además, el nombramiento de los obispos que durante siglos (y hasta ahora en algunas regiones) correspondió al clero, no es esencial al primado de la caridad y la verdad, ni tampoco la convocatoria de sínodos y concilios, como lo demuestra la historia. Durante un milenio el Papa no escribía encíclicas, ni definía doctrinas, ni tenía visitas obligatorias de los obispos, incluso no presidia los concilios. ;Acaso el Concilio Vaticano II no tenía un «Consejo de Presidencia», y el Papa seguía las deliberaciones, en la medida de sus posibilidades de trabajo, desde su oficina privada? Es importante que recordemos lo que declaraba el Concilio Vaticano II. Ante todo, reconocer la pluralidad de estilos y culturas, que se manifiestan no sólo en la aceptación de ritos distintos, sino en diferencias de interpretación teológica, de vida de las comunidades, de leyes y jurisprudencia, y de estilos de autoridad: «La tradición transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras. Por esto, desde los mismos comienzos de la Iglesia, fue explicada diversamente en cada sitio por la distinta manera de ser y la diferente forma de vida. Todo esto, además de las causas externas, por falta también de mutua comprensión y caridad, dio ocasión a las separaciones». El Concilio quiso que se salvaguardase el tesoro que representa para la Iglesia las variedades que dependen de la cultura e idiosincrasia de los pueblos: «Como la unidad de la Iglesia no se opone a una cierta variedad de ritos y costumbres, sino que ésta más bien acrecienta su hermosura y contribuye al más exacto cumplimiento de su misión, para disipar cualquier duda el Concilio declara que las Iglesias orientales, recordando la necesaria unidad de toda la Iglesia, tienen la facultad de regirse según sus propias ordenaciones, puesto que estas son más acomodadas a la idiosincrasia de sus fieles y más adecuadas para promover el bien de las almas. Muchas veces no se ha observado este principio tradicional, pero su observancia es condición previa absolutamente necesaria para el restablecimiento de la unión». El Concilio declara que la legítima pluralidad, incluso en la diversa exposición de la doctrina teológica ya que se han seguido diversos pasos y diversos métodos en la investigación de la verdad revelada, es un patrimonio y un tesoro de la catolicidad y apostolicidad de la Iglesia.» Estas declaraciones aún necesitan ser puestas en práctica.
Escribe un notable testigo del Concilio y la vida de la Iglesia en estos últimos cuarenta años: «En los últimos 10 años la Curia ro mana ha disminuido el papel de las conferencias episcopales. Un ejemplo es el documento pontificio motu proprio de 1998 «Sobre la naturaleza teológica y jurídica de las conferencias episcopales», que determina que sólo las decisiones doctrinales aceptadas por unanimidad y aprobadas por Roma por dos tercios de los votos pueden publicarse como enseñanza autorizada de las conferencias. El criterio elegido es mucho más estricto que lo que se requiere para un Concilio ecuménico o una reunión oficial de una Congregación vaticana, y de hecho, pone el poder de la conferencia episcopal en manos de la minoría».0
Otro ejemplo de elemento secundario es la forma como se suele ejercitar la colegialidad en las nuevas instituciones nacidas después del Vaticano II, como p.e. los Sínodos de los obispos.» 41 Los sínodos de los obispos con el Papa tienen una estructura pro gramada por la Curia romana que impide cualquier intercambio entre los obispos presentes y el Papa. Resulta imposible plantear problemas regionales o universales con franqueza y sinceridad en semejantes reuniones tan artificiales, donde sólo hay que oír discursos brevísimos. Es cierto que a veces hay «círculos menores Basta leer detenidamente las síntesis que da una oficina de prensa y se publican, para tener la impresión de que nadie dice nada con claridad. El discurso del cardenal Martini en el Sínodo de Europa, hubo que conocerlo por la prensa común para darse una idea de lo que planteaba.
También es inadecuada la consulta a los obispos de las regiones para los sínodos. El sistema actual convierte a los obispos en hombres de escritorio: la masa de documentos que llega para que den la opinión es tal que su tarea se convierte en responsables de la Iglesia universal (lo que es cierto), en detrimento del cuidado amoroso de su rebaño.
Asimismo, el colegio de cardenales se ha transformado en el principal colegio y el colegio de los obispos en uno de segundo rango. Sin embargo, la colegialidad episcopal es primera con res pecto a los cardenales, cuyo oficio es elegir al Papa. La reforma de Juan XXIII, que eleva a todos los cardenales al rango de obispos, rompió la larga tradición de que en el colegio de cardenales es tuvieran representados los tres grados de la jerarquía. Una de las quejas de las otras comunidades es que la Iglesia Católica se ha convertido en una Iglesia «episcopal», es decir, una comunidad donde hay una categoría que tiene importancia en desmedro de los demás.
Sea lo que fuere de estos pocos ejemplos, hay que reconocer que reconstruir la Curia romana, descentralizar su poder es un asunto complejo. Debemos estar alerta porque ese cambio podría dejar intactos los problemas más graves de los cristianos. Se necesita el ejercicio de la virtud de la prudencia en grado sumo: ver toda la realidad y querer buscar la verdad de las cosas.
Ayuda de pastores, teólogos y del Pueblo de Dios: el consenso universal
El Papa Juan Pablo II ha tomado las riendas del tema de la reforma del papado. Nos convence de una «nueva» tarea en este ámbito y nos involucra, diciendo: «Mientras prosigue el diálogo sobre nuevos temas o se desarrolla con mayor profundidad, tenemos una nueva tarea que llevar a cabo: cómo aceptar los resultados alcanzados hasta ahora. Estos (resultados) no pueden quedarse en conclusiones de las Comisiones bilaterales, sino que deben llegar a ser patrimonio común. Para que sea así y se refuercen los vínculos de comunión, es necesario un serio examen que, de modos, formas y competencias diversas, abarque a todo el Pueblo de Dios.
En efecto, se trata de cuestiones que con frecuencia afectan a la fe, y éstas exigen el consenso universal, que se extiende desde los obispos a los fieles laicos, todos los cuales han recibido la unción del Espíritu Santo (LG, 12). El mismo Espíritu es quien asiste al Magisterio y suscita el ‘sensus fidei’ (en el Pueblo)».42 Por si quedase alguna duda, el mismo Papa repite este concepto varias veces: «La búsqueda de la unidad, lejos de quedar restringida al ámbito de los especialistas, se extiende a cada bautizado. Todos, independientemente de su misión en la Iglesia y de su formación cultural, pueden contribuir activamente, de forma misteriosa y profunda». La eclesiología del Concilio Vaticano II está centra da, como dije, en el Pueblo de Dios. Por consiguiente, es preciso enfocar la responsabilidad de cada miembro de la Iglesia en la búsqueda de la unidad y la misión de la Iglesia.
Las exigencias de esta nueva tarea» llevan al Papa a suplicar la ayuda del Espíritu Santo para que ilumine a todos en la búsqueda de una nueva forma de ejercicio del primado papal: «Que el Espíritu Santo nos dé su luz e ilumine a todos los pastores y teólogos de nuestras Iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio (petrino de unidad) pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros». Esta es mi convicción: cada cristiano puede ayudar a la unidad cuando dice las verdades más dolorosas con amor y respeto, como sucede en la vida cotidiana y comunitaria.
Los abusos del poder.
Conviene aceptar de antemano que cualquier poder, incluso en la Iglesia, por su naturaleza, es susceptible de ser abusado. La historia lo confirma, no sólo para la Iglesia Católica, sino para las demás comunidades cristianas. Nadie queda libre de los abusos de autoridad. Por eso, el Papa ha pedido perdón. Las explicaciones de la Comisión Teológica Internacional convencerían más si en lugar de ponerse en una eclesiología de la Iglesia como madre, hubiesen adoptado la eclesiología del Concilio: un pueblo peregrino.
Porque somos peregrinos, somos frágiles y el pecado nos toca, y ha tocado a la Iglesia Católica y a las demás Iglesias en todos sus estamentos. Algunos modos de actuar de la Sede romana y de la Curia romana han comprometido el principio «tradicional» del respeto a la cultura de los pueblos y a su sensibilidad. Recordemos el caso del P. Vincent Lebbe preso en la abadía de S. Martin de Ligugé por orden del cardenal Franzelin, por haberse «atrevido» a repetir que el sistema litúrgico de la Iglesia romana no servía para la Iglesia en China. De nada serviría detenerse en los ca sos históricos, con todo, si no tuviéramos en claro que la misma Iglesia Católica implora perdón por las heridas provocadas en las otras comunidades, a causa de los abusos de poder. » Cambiar este estilo puede asustar y provocar resistencia en los individuos y las estructuras existentes. Sin embargo, estamos en un momento de la historia en que o aceptamos la modificación o nos convertimos en «perdedores». Ahora nos damos cuenta de la gravedad de lo que hemos perdido por carecer de la plena y visible comunión con todas las comunidades cristianas. Dice el refrán: «No se sabe lo mucho que vale algo, hasta que se pierde». Los que hoy están en los cargos más altos de la conducción de la Iglesia, deben salir del miedo a perder su poder por los cambios que haya que hacer por el sacrificio de la unidad». Al contrario, deberían estar satisfechos imaginando lo mucho que hay que «ganar» con la nueva situación «para que el mundo crea», según la voluntad de Cristo. Para los que tienen el poder, podríamos cambiar el refrán mencionado y decir ahora: «No se sabe lo poco que vale algo, hasta que se pierde». Probablemente casi todos nos aferramos a elementos insignificantes que nuestra debilidad humana nos muestra como signos de poderío. Este cambio, que postulan los modelos cambiados de la vida en la actual sociedad, el modo distinto de ejercer la autoridad que complace a la sensibilidad actual, y la nueva situación ecuménica, no necesita razones demasiado lógicas y cautelosas. Hay una fuerza, que para nosotros es el Espíritu de Amor, que ha llevado a este momento. No podemos subestimar esa fuerza que impulsa hacia la unidad. Es un llamado de Dios en este siglo para contribuir a que el mundo rechace a Dios y su cultura sea atea o. por el contrario, afirme a Dios y su cultura sea religiosa.
Este cambio en el estilo de ejercer el poder es difícil, incierto. Muchos se preguntarán: y qué pasa si no funciona? Y que sucede si no tenemos un sistema tan perfecto como ahora? La respuesta a estos interrogantes es que la unión de los cristianos no se alcanza por decreto. Con sabiduría, el Papa afirma que se trata de un «proceso hacia la unidad, lento y laborioso, amplio y cuidadoso, prudente y lleno de fe, animado por el Espíritu Santo». Y en ese proceso, es de vital importancia que los teólogos y las facultades de teología, incluyendo a todos los que las componen, contribuyan a superar las barreras que impiden entrar en el futuro. El objetivo de la búsqueda de la unidad cristiana es la necesidad de un cambio. Pero el cambio es un proceso, un itinerario de fe. Y hay que estar dispuesto a aprender a realizar ese proceso: intentar nuevos métodos, descubrir cosas olvidadas, restaurar principios tradicionales, establecer nuevos contactos, y promover nuevas relaciones. Esperar todo «de arriba» conduce precisamente al abuso del poder. No tengamos miedo, sino comencemos a actuar.