UNA CUESTIÓN PASTORAL: IMAGINAR EL FUTURO
¿Y las iniciativas?
Si la Iglesia entendida como Pueblo de Dios, no se abre a las no verdades que pueda traer la unidad plena, entonces la unidad será solamente una idea del Papa. Hay que movilizar la imaginación individual y colectiva para dar origen a una nueva visión, plantear nuevas preguntas y provocar acciones que adelanten ese futuro tan esperado. Quién hubiera imaginado en los años ’40 que celebra riamos la liturgia en el idioma popular y no en latín, que desaparecería el ayuno cuaresmal, y que las mujeres no se cubrirían más en la iglesia? Quién hubiera imaginado en el medioevo que el culto se celebraría en comunidad en las iglesias parroquiales y no en las capillas de las cofradías, o que la Inmaculada Concepción y la Asunción serían dogmas de fe en la Iglesia? Para que eso sucediera hubo cristianos que no tuvieron miedo a imaginar el futuro.
Si lo que predomina en la Iglesia son las órdenes de arriba» no se podrá alcanzar una apertura que de inicio a una gran vitalidad ecuménica. Recordemos que a Fernand Portal le frustraron sus iniciativas ecuménicas (cierre de la «Revue catholique des Eglises, fracaso de las conversaciones de Malinas, declaración de nulidad de las ordenaciones anglicanas): que Yves Congar fue castigado y enviado a Inglaterra: que Henri de Lubac fue castigado y estuvo en silencio varios años: que Lambert Beauduin y su movimiento litúrgico fue perseguido, y muchos otros corrieron la misma suerte. La encíclica «Ut unum sint», al retomar la gran utopía de la unidad de los cristianos para el año del Jubileo bimilenario, es una invitación a pensar, imaginar, cambiar de actitud mental, y ver hacer nuevas cosas.
El problema principal es cómo se hace para ver la Iglesia de un nuevo modo, cuando estamos acostumbrados a verla de otro modo. En realidad, lo que pasa con la unidad cristiana es lo que sucede cuando alguien quiere arreglar su casa mientras sigue vi viendo en ella: hay que pasar por mucha incomodidad, peligros potenciales, y estar a la expectativa de la nueva casa. Al querer cambiar el modo de visualizar la Iglesia, en este tiempo de cambio, no podemos apoyarnos en la burocracia. En tiempos de cambio no funcionan las órdenes de arriba abajo. Porque nacen problemas que nadie puede resolver, por falta de mandato para ello, De modo natural, los funcionarios quedan atrapados por la «imagen que poseen de su propio papel.
Por consiguiente, en estos tiempos necesitamos encontrar una chispa de entusiasmo para que se encienda el fuego y podamos alimentarlo. Hace cincuenta años el ecumenismo se parecía a la flor del cardo: volaban semillas por todas partes. Hoy en día, ya no es así. En aquellos años anteriores al Concilio Vaticano II el ecumenismo «parecía» muy desorganizado, como que iba a la deriva. Sin embargo, había nacido un estilo poderoso e invisible que permitía trabajar de modo autónomo y al mismo tiempo conectado. Casi todo eso desapareció. ¿Por qué? Porque la Iglesia de los últimos años, pese a la voluntad del Papa, se ha vuelto como un pulpo, poniendo el acento en establecer normas, reglas de procedimientos, y sistemas bien claros. Se podría haber hecho de otro modo la ejecución de los mandatos del Concilio, p.e., unirse alrededor de los valores y los principios fundamentales que se compartían al finalizar el Concilio. Para 1968 ya se veía que había una voluntad férrea de clausurar cualquier iniciativa pese a su éxito. La razón es evidente: las iniciativas desafían a las estructuras de poder y algunas normas institucionales. Recuerdo a un prelado que, cada vez que se presentaba una iniciativa, preguntaba: «;Dónde está escrito» Lo mejor seria que quienes tienen la potestad tuvieran la virtud de la paciencia y soportaran el malestar, la turbulencia y los cambios que provocan los éxitos. En casi todas las organizaciones, los de «arriba» prefieren matar las iniciativas nuevas
Los jugadores no quieren jugar.
Qué pasaría con un equipo deportivo cuyo director técnico quisiera ganar, pero los jugadores no quisieran jugar? Eso me pare ce que sucede en la Iglesia Católica con el ecumenismo: el Papa está dispuesto a ganar la unión de los cristianos sin importarle los esfuerzos y sacrificios que ese ideal le tuviese que costar; los jugadores -nosotros- en cambio no nos sentimos con el clima del final de un campeonato, no nos interesa el desafío, tenemos intereses divergentes, consideramos que dedicarse al ecumenismo es un entretenimiento, etc. El Papa ha dado el puntapié inicial de este «juego»: lo he mencionado más arriba cuando señalé como ve el oficio petrino como «moderador» entre Iglesias, o como «presidente en la verdad y el amor».
Un ejercicio de anticipación: imaginar en concreto.
El Concilio Vaticano II quiso una reforma de la Curia romana Los deseos de los padres conciliares dejaron un eco en los textos y de algún modo, han sido tenidos en cuenta desde entonces. Pero del deseo a la realidad ha habido una gran brecha. Los padres querían una determinación más clara de la autoridad de ciertas Congregaciones (como la del S. Oficio p.e.), la descentralización de los dicasterios, la disminución de obispos titulares en la Curia y el aumento de los laicos, la mejor determinación de la función de los nuncios y de su relación con los obispos, y especialmente la naturaleza de la potestad que ejercen las Congregaciones romanas El texto conciliar ha dejado una pequeña huella de esos deseos Y los Papas Pablo VI y Juan Pablo II han hecho lo posible para adecuar la Curia a los tiempos actuales. Lo que importa saber es que la Curia no es inmutable: puede cambiar y de hecho ha cambiado. A lo largo de su historia, se han suprimido cuarenta y tres congregaciones, algunas que nadie hubiera imaginado que podrían desaparecer. Esto significa que podemos imaginar como seria un sistema de ayuda al Papa y a los pastores de la Iglesia en el que tuvieran que injertarse los miembros de otras comunidades no católicas. Imposible seria que el Papa pudiera presidir en la verdad y la caridad, o moderar a las Iglesias, sin un contacto nuevo con los responsables de esas Iglesias. Podría desaparecer el colegio de cardenales y establecerse un nuevo sistema de elección papal, como se ha dado tan repetidamente a lo largo de la historia eclesiástica. Podría instaurarse un Consejo de patriarcas, y elevar a esa categoría a los presidentes de las Iglesias separadas de occidente que usan diferentes títulos. Eso obliga también a pensar en concreto cuántas cosas deberían aceptar los hermanos cristianos el don de la autoridad en la propia Iglesia y la participación de esa autoridad en la Comunión de Iglesias.
Otro ejercicio del poder.
Existe una relación ideal y utópica entre el Papa y los obispos. Esta relación estaría modelada por el respeto por la presidencia y por la reciprocidad. Eso significa que los obispos respiran la presidencia para salvaguardar el ministerio petrino de custodia de la unidad y la caridad. El Papa, a su vez, respeta la vida de la Iglesia a nivel de las iglesias locales. En una comunión plena y visible de comunidades cristianas, las Iglesias que no pertenecen al Patriarcado de occidente (Iglesia romana), como podrían ser las Iglesias luteranas, anglicanas, bautistas, metodistas, etc. podrían funcionar como las Iglesias orientales dentro de la Iglesia Católica que tienen pleno derecho y están obligadas a gobernarse por sus propios cánones y su peculiar disciplina.» Y notemos que esta forma de vida eclesial no es una concesión que hace el Papa, sino una potestad inherente a esas Iglesias. El mismo argumento sirve para fortalecer el oficio patrono en la Iglesia: no es una concesión de las Iglesias locales a la Iglesia de Roma, sino inherente a la primacía de unidad de la Iglesia entera.
Hablar de «otra forma de ejercicio del poder primacial» no significa querer limitar la jurisdicción del Papa en su ministerio al servicio de la verdad y la caridad. Lo que importa en el momento actual es llevar hasta sus últimas consecuencias la voluntad de Jesucristo, e.d.. que todos los cristianos alcancemos la plena y visible comunión de fe y amor.
Dar un paso adelante.
Cómo dar un paso adelante? Mi respuesta es otra pregunta: Cómo vivir el mensaje de Cristo, «;Que todos sean uno!» y transmitirlo? Podemos comenzar nosotros ahora mismo, si nos con vencemos de la importancia de contagiar nuestro entusiasmo y cambiar las actitudes. En cada uno de nosotros hay un potencial ecuménico. Sin embargo, hay que reconocer con dolor que está estancado, porque ese potencial no se decide a poner en tela de juicio los modos «consagrados» de pensar y actuar. Busquen e investiguen cuántas cartas pastorales de los obispos argentinos existen sobre este tema en los últimos veinte años! Necesitamos despertar una actitud crítica -la utopía- para que crezca la capacidad de actuar.
Estamos construyendo una nueva realidad. Por eso tenemos que imaginarla, y salir de esta sensación de «inmovilidad» que parece existir en la Iglesia Católica, esperando todo del Papa. Para esa nueva realidad, se requiere un cambio de «cultura» en la Iglesia. Hace cincuenta años nos movíamos en el diálogo, las con versaciones, la amistad, los compromisos de acción solidaria, los encuentros de conocimiento. Luego todo eso se frenó en aras de lo sólido, lo fundamental. Hay que volver a pisar el terreno fluctuante de los intentos.
Sabemos exactamente donde nos encontramos, aunque no lo confesemos públicamente. Preferimos quedarnos en nuestra comodidad, en vez de encontrar un terreno común por donde avanzar juntos. El paso adelante no lo puede dar uno solo. Tenemos la dura experiencia de personas y comunidades que trataron de actuar a favor de la unidad de los cristianos y el proceso fracasó porque los que tenían la potestad de impulsar, lo frenaron. Y además, como conocemos que las brechas y divisiones entre cristianos son muy profundas, decidimos inconscientemente que la unión la haga «el Espíritu Santo». Y es verdad que El la hace, pero necesita de nosotros.
No podemos olvidarnos que las comunidades «triunfadoras», satisfechas de su éxito, pueden desaparecer, como desaparecieron las Iglesias locales del norte de África, tan famosas en su tiempo y que sufrieron un terrible fracaso. Recordemos lo que sucedió en el s. XVI con las relaciones del Vaticano y el P. Mateo Ricci S.I. y como la Iglesia Católica perdió la oportunidad de que el cristianismo entrase en la cultura china, por aferrarse los funcionarios a la cultura «romana». El proceso de la unión de las Iglesias exige una cuota grande y sincera de humildad y paciencia. Y una convicción de los responsables. 18. Aceptamos nuevas ideas.
Las nuevas ideas no comienzan dando indicaciones de cómo cambiar a la Curia romana. Cada uno a su propio nivel, debe interrogarse si no ejerce el poder de modo monárquico: en las pequeñas comunidades, en las parroquias, en los colegios, en las comunidades, en los decanatos, en las vicarias, en las diócesis, en las instituciones y movimientos. Debemos volver a nuestro nivel de individuos y a nuestra capacidad para cambiar las cosas. Es una cuestión de compromiso interior y de acción exterior. Toda la Iglesia se pone en estado de «unidad de los cristianos». La famosa carta del card. Suhard, de Paris, «La Iglesia en estado de misión» provocó un movimiento que ha conducido a este espíritu de evangelización que nos inunda y cuya cumbre documental fue la exhortación «Evangelii nuntiandi». 59