TARSICIO
Estamos en Roma hacia el año 250. La persecución contra los cristianos es muy fuerte. Muchos de ellos están en prisión: en la cárcel Mamertina, cuyas ruinas subsisten hasta hoy.
El Obispo de Roma, el Papa, está preocupado por la suerte de esos prisioneros y desea llevarles la Comunión para fortalecerlos antes del martirio. Sabe que nadie puede acercarse a ellos sin ser encarcelado.
Hay un chico en la comunidad de las catacumbas. Tiene sólo doce años. Se llama Tarsicio. El papa consulta con sus presbíteros y se convence que es mejor que un niño lleve el Cuerpo de Cristo a los que sufren, porque así los guardias no sospecharán. Tarsicio es llamado, se le explica el plan. Acepta sin dudarlo, tanto ama a Jesús: va a llevar fragmentos del Pan Consagrado en una teca de plata, bien escondida entre sus ropas, y se cubrirá con una capa.
Lástima que Tarsicio no tiene en cuenta a sus compañeros de juegos, la mayoría romanos paganos que no creen en Jesucristo. Lo ven pasar y quieren detenerlo. El no acepta. Sospechan y notan una actitud distinta en el muchacho. Tarsicio tiene su mano izquierda, la del corazón, bien apretada sobre su cuerpo. ¿Por qué lleva la mano así? ¿Qué secreto esconde el compañero? Quieren averiguar, empujan a Tarsicio, le pegan, cada vez más fuerte, insensiblemente se olvidan que es su amigo y se vuelve brutales. Ninguna fuerza bruta puede sacar la mano del púber de donde lleva la Eucaristía. Los otros muchachos le tiran piedras. Tarsicio cae herido de gravedad, pero no suelta el precioso Misterio que lleva.
Pasa un oficial romano, que conoce a Tarsicio, porque él también es ocultamente cristiano. Pone en fuga a los enceguecidos adolescentes. Su ayuda llega tarde. Tarsicio muere en brazos de su hermano en la fe, mientras le entrega la caja santa. El chico tal vez muere sin saber que es el primer monaguillo muerto en servicio. Y como el amor abre caminos, de las manos del niño que expira, Cristo pasa a las del oficial romano y llega finalmente a la cárcel.
