
EL TEXTO DEL EVANGELISTA SAN LUCAS (3): 1:39-55
«En aquellos días, María partió y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Elizabeth».
Y apenas oyó Elizabeth el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, y Elizabeth llena del Espíritu Santo exclamó:
«Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre; y ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño de mi seno. ¡Feliz de ti por que has creído que se cumpliría lo que te fue anunciado de parte del Señor!»
Y dijo María:
«Mi alma canta la grandeza del Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
porque ha mirado la humildad de su sservidora.
Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones;
porque el Poderoso ha hecho en mi maravillas, su Nombre es Santo!
Su misericordia llega a los que le temen
de generación en generación.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia para siempre».
Las dos futuras madres se encuentran y alaban a Dios por lo que ha realizado en sus vidas. Elizabeth saluda a María con palabras de Jueces 5:24 y Judith 13:18, que repetimos en el Avemaría. María entona su canto-salmo, lleno de reminiscencias del Antiguo Testamento, especialmente el cántico de Ana en 1 Samuel 2:1-10. La escena nos presenta la fidelidad de Dios a sus promesas de liberar al Pueblo.