AMOR, SEXUALIDAD Y DISCURSO SOBRE LA SEXUALIDAD

AMOR, SEXUALIDAD Y DISCURSO SOBRE LA SEXUALIDAD

Introducción

El proceso natural del amor y la sexualidad mirado desde la idea cristiana de hombre, tiene elementos válidos para todo tiempo. Incluye el misterio del pecado y la gracia, y la realidad cultural que lo cultiva con sus hallazgos y falacias, aceleraciones o demoras, violencias y masificaciones, verdades de pares y de adultos, presiones de gobiernos y empresas privadas, influencia directa e inmediata de los medios de comunicación, etc.

Vivimos un cambio de época, con transformaciones de significados y sus expresiones. El relativismo, sustentado por la fragmentación social propia de la cultura atea y los ambientes educativos frecuentados por el sujeto, va contra cualquier visión general. Hay un cambio de ideas, sea con las mismas palabras, o con expresiones nuevas. ¿Cómo comunicar el misterio del amor y la sexualidad en una cultura que cambió su lenguaje, y sus principios?

Hay una crisis notable en cuanto al concepto y vivencia del amor. Crecen geométricamente las experiencias del “eros” y disminuyen las del amor de generosidad. Hay más búsquedas indeterminadas de amor satisfecho de modo inmediato y material; hay menos entrega de sí a la felicidad del otro, sumando la mirada desconfiada sobre este amor benevolente. Avanzan las experiencias de violencia sexual (desde pornografía en internet y TV, hasta en los distintos actos sexuales), que rediseñan los significados de amor y sexualidad. Hay pocos testimonios (o poco conocidos) de entrega comprometida y fecunda en el matrimonio y la familia.

“El ‘estilo postmoderno’ se ancla en la sexualidad adolescente” (Martín-Madrid). Son estilos de comunicación que en niños y adolescentes dificultan el crecimiento de un lenguaje propio que permita en ellos una integración consciente de su realidad sexual y una vida responsable en sus actitudes. Con confusión se exponen al erotismo del ambiente con su carga a favor del consumo, la mediocridad, la inmediatez del goce individual. “Frente a la liberación del sexo, surge la represión por el sexo” (Martín-Madrid). La vida se sexualiza, pero la sexualidad no se humaniza. Así, los riesgos conocidos del aborto, los embarazos adolescentes, las enfermedades de transmisión sexual, la inestabilidad afectiva para la pareja, etc., están al alcance de la mano.

La familia, en este marco, suele alentar el descontrol o se resigna a no poder hacer nada, o mira asombrada o hacia otra parte. Los vínculos con los padres, con sus inestabilidades, impulsan mucho las experiencias de eros, como seguridades relativas, transitorias, sedantes, engañosas, reductoras. La familia se siente incapaz de formar con “su” discurso (mientras que el Estado se siente “capaz” para una formación integral, aunque demuestre lo contrario). Lo íntimo del tema dificulta la comunicación sobre al amor y la sexualidad. Y, cuando alguien vive mucho tiempo este modelo, se le hace imposible entender la dimensión del amor generoso. Los chicos quedan abandonados a lo que le digan desde afuera.

“Por lo general son pocos los padres y docentes que conversan el tema con sus hijos o estudiantes, ya sea por temor, falta de conocimiento, una formación confusa, creencias infundadas o dolorosas experiencias personales. La comunicación en sexualidad tiene, entonces, a limitarse al silencio, los juicios negativos, o la sanción psicológica y hasta física de ciertas actitudes. Esto hace que muchos jóvenes busquen respuestas a sus necesidades afectivas y eróticas, por medio de ensayo y error y en las ‘educaciones sexuales paralelas” (M-M), sea de los grupos de pertenencia de pares, de los medios, de Internet, que dan los sentidos, aquellos que configuran vidas y sus conductas.

Características del discurso ambiental

El discurso sobre la sexualidad se entremezcla con el cambio de los fines, del objeto de la felicidad del hombre. La plenitud humana no parece desarrollarse en el otro (el cónyuge, el hijo, Dios). Si ese camino empieza y termina en el sujeto, no hay un “tú”, no hay trascendencia, sólo puede haber sexo como “eros”. Tal vez el discurso más fuerte esté en búsqueda de la plenitud en la material y su sexualidad.

El hombre sería tal según la medida de su vida sexual: liberada, divertida, firme sin afectaciones, victoriosa. Por supuesto que eso coincide con un modelo de mujer y varón según los géneros impuestos y no según la realidad. Baste mirar la vida de una joven mujer en los años siguientes a su separación: humillaciones, culpas, degradaciones, vida alocada, presiones de todo tipo en un mensaje de liberación que sólo aumenta su vacío. En el varón no es diferente, salvo por que lo disimula mejor, hasta que su infantilidad creciente hace salir a la luz su egoísmo. Esta es una de las mentiras más difundidas.

Lo sexual es personal y se realiza en el amor generoso, con la intimidad necesaria para darse a uno mismo y recibir al otro que ha orientado su historia tras de sí. Los actuales mensajes de amor y sexualidad salidos de los medios han perdido la dimensión personal llamada pudor, y logran dañar a la persona en su castidad, que ya no sabe cómo darse a sí misma. Así se difunde de modo “ambiental” el camino banal, que saca el amor personal comprometido en la relación, para encauzar lo sexual detrás de algo instintivo. Esta visión adquiere una nueva característica: el sexo solo permite tocar el cielo con las manos, y, además, pretende decir que lo peor que le puede pasar a la relación es el compromiso: el matrimonio impedirá la entrega apasionada, sumirá todo en rutina, habiendo instalado su muerte en el mismo comienzo. Los caminos de la felicidad, más que fruto del amor generoso, serán fruto sólo del eros.

El sexo es discurso que parece anunciarse sólo en su dimensión erótica: como profecía de una real sexualidad, como consolidación en la propia consciencia de una experiencia que no da plenitud y exige reforzamiento permanente, como rechazo a la naturaleza de la amorosa entrega personal y sexuada, como cuento que justifica novedades e impide el sentido común que da a luz a la coherencia. El sinsentido proclamado como única realidad, conlleva el anuncio de sus sistemas de reciclaje, que aun mostrando el aumento de la sensación de insignificancia y baja autoestima ambiente, busca caminos de vida interesante, brillante, promisoria, ejemplar.

Entonces, el discurso sobre amor y sexualidad es el de la opinión pública, tan influida por los medios, tanto en sus significados, sus significantes, sus emisores, los canales de comunicación, sus formas, sus lugares de expresión. Es una auténtica educación paralela que da su discurso sin cesar, y en especial en los jóvenes, mandatos para la masa para no quedar al margen de la movida. Es una cultura de la distracción, de la no prevención, de precocidad, con el efecto de la sexualidad desvalorizada, maltratada, generadora de diversos disturbios afectivos para el presente y el futuro.

“En la cultura del mirar y ser mirado, cultura de la imagen, la sexualidad no ha quedado al margen, la sexualidad se ha hecho imagen en movimiento para ser vista y admirada; en la cultura light, de la debilidad y falta de compromiso, pero cargada de ambición y de poder, la sexualidad se ha hecho seducción e histrionismo, un reducto donde quedar en sí mismo, ejercer técnicas de dominio evitando cualquier situación comprometedora” (Martín-Madrid). El desamor actual, junto a la aceleración y la “necesidad de afectos pero sin afectarse” exacerban la pulsión sexual. Este vínculo no es comprensible, ni se ve, y aparece como única alternativa de cierto encuentro, aunque sea por un instante. Y en medio de una cultura que no educa sus sentimientos, la opción de amor en cuanto entrega total parece una utopía.

Hay que añadir que la cultura postmoderna tiende a referir todo a la mujer. Esta necesaria liberación dada en las últimas décadas ha llevado al planteo extremo de la perspectiva de género, afectando la lógica de la masculinidad y la dignidad de la mujer. La perspectiva de género, que considera la identidad sexual como una construcción cultural, con sus presiones y superestructuras, es parte del discurso. Su propuesta extrema es divulgada como la única forma de identidad sexual, hasta mostrar, incluso, que quienes viven una transexualidad son los más auténticos y valientes. Pesa mucho el interés comercial sobre el ético, sobre todo cuando se promueve a alguien porque atrae audiencia, porque se superó, porque dice lo que piensa.

Si solo alguien es varón o mujer porque lo dice la cultura o el hoy, cae la dimensión de que lo sexual es complementario, cae la posibilidad de “amar”. Eso exige mensajes de la vida cotidiana, medios de comunicación, instituciones educativas, de investigadores, funcionarios, padres, pares, que relativizan la plenitud en el otro: por ende el amor generoso y la sexualidad no van de la mano. La lógica del genio masculino y femenino se ven afectadas en este discurso. La expansión del genio femenino no tiene a la par expresiones válidas del genio masculino, confundiéndolo con el “machista”. A veces pareciera que algunas búsquedas femeninas tienen un inconsciente modelo machista, así como ciertas búsquedas masculinas tienen un modelo feminista. Son nuevos maniqueísmos que llevan a soslayar, prescindir, o utilizar la sexualidad, que necesita llenarse de rituales diversos que impidan el aburrimiento.

El ser es el “desear” y el “sentir” “hoy”. La inmediatez de la experiencia sensual le ha ganado a la permanencia de la experiencia del amor generoso: la primera se anuncia como la única real, no religiosa, no puritana, plena y liberadora. La segunda se proclama irreal, extremista religiosa, no confiable, moralista, opresora. Vía Internet se van generando situaciones extremas como la pedofilia y las redes de fotos de pornografía infantil. A eso se pueden añadir el aumento de causales de divorcio por los vínculos en el “chat”, el invento permanente de filtros para niños, las distancias que se han generado en las parejas cuando uno de los dos (por lo común el varón) quiere reproducir lo que vio de pornografía, los tiempos que algunos empleados de empresas invierten en pornografía, el aumento de las violaciones en niños y mujeres. Incluso pareciera que al poder político le conviene reforzar el “juego de placer”, sea por la red de pactos de impunidad, o por ser parte de esas “fiestas privadas”.

En ese sentido los medios nunca han dejado de seguir degradando a la mujer como objeto sexual, en un discurso permanente sobre el sexo sin la dimensión del amor verdadero. Nuevos programas en diversos canales van enarbolando un discurso que sólo perfeccione el uso sexual. Un sexólogo parece mejor que un sabio, un ginecólogo parece mejor que los padres, los nuevos tabúes del tercer milenio ateo serán la realidad que, vivida en forma de verdades absolutas, irán sofocando como sensación de vacío y sinsentido del divorcio, amor – sexualidad. Los nuevos espacios formadores de esa búsqueda serán los balnearios de ciudad (“spa”), los gimnasios, la vertiginosidad divertida de la vida nocturna. En fin, son parte de muchos signos a analizar.

I. Características del discurso eclesial

Los cristianos parecen no saber adecuar la “Buena Noticia de la vida humana y el valor de la sexualidad” a esta época nueva. La reflexión teológica, filosófica, pastoral, sociológico- cultural, psicológica, no faltó, siempre hubo denuncias contra los sentidos relativistas del amor y la sexualidad, pero parece que, hasta la encíclica de Benito XVI Deus caritas est, no se renovó el discurso sobre el amor y la sexualidad.

Esta inadecuación no se aplica sólo al amor y la sexualidad sino a diversos temas de teología y acción. La primera responsabilidad es de los ministros ordenados, que salen de los seminarios con una carencia casi total de capacidad de comunicar el mensaje cristiano. Durante 8 años se trabaja en los contenidos y los sentidos de la modernidad, mientras que no se forma ni en la comunicación de esos significados, ni en el cambio de algunos sentidos con coherencia lógica de sus conceptos. Es poco clara la formación en el celibato, con sus procesos pedagógicos acordes y su formulación entendible. Al final, este clero “postmoderno” utiliza el lenguaje de la modernidad (o previo, incluso), con el consiguiente choque de sus términos y sus contenidos.

La segunda responsabilidad es de los laicos, entre quienes reina un fuerte clericalismo que asume con poco criterio estas falencias. El discurso rara vez se piensa desde la propia experiencia, sino desde la espiritualidad, el amor y la sexualidad de consagrados. Vale como ejemplo que recién en el año 1995 el Consejo para la Familia publicó unas Orientaciones desde la vida familiar. Esto hace que el amor y la sexualidad tengan un discurso y terminología acomodado a la mentalidad clerical y no a la vida laical y su lenguaje propio, con sus desafíos cotidianos.

En paralelo con el despojamiento de la trascendencia en el mensaje de la sexualidad en la cultura actual, aparece el despojamiento de lo “erótico”, lo placentero, y lo gozoso como fruto del encuentro en los ámbitos clericales. Ese discurso ha venido más de parte de grupos moralistas, normalmente católicos, que poco saben de una moral integral conciliar, la que plantea la unión de fines unitivo y procreador, pero menospreciando lo unitivo. Se vuelve a la herejía del encratismo, que veía mal toda unión sexual, subestimando el mismo matrimonio: este solo es un mal necesario a la procreación. Por supuesto que esta visión fatalista se ha solidificado por el incremento de las enfermedades de transmisión sexual. Y, aun cuando se ha dado un buen discurso de moral sexual, faltó una cercanía a cada persona y una pedagogía acorde. Así, muchos cristianos saben lo bueno y lo malo, pero no saben cómo educarse para ello y vivirlo.

La pregunta sobre la posibilidad de un discurso humano, cristiano, actual sigue firme. Tiene una respuesta afirmativa: no sólo es posible, sino necesario y urgente. Se dice que si en la Edad Media era necesaria la gracia para hacer santos, en la vida moderna es necesaria para hacer humanos. Un discurso sobre el amor y la sexualidad hecho, por los mensajeros serios, coherentes, sin ridiculeces, es uno de los grandes desafíos.

II. Elementos para un lenguaje del amor y la sexualidad

La encíclica de Benito XVI revolucionó este diseño, valorando el “eros”, al dar la dimensión divina de ese tipo de amor con una visión integral, complementando la dimensión bíblica, la sociológica, y la estructural (en la Iglesia y la sociedad). Los contenidos de las “Orientaciones” hacen que el amor y la sexualidad puedan tener sentidos acomodados a la mente laical y su lenguaje propio.

El Concilio Vaticano II (GE, 1) habla de “educación sexual positiva y prudente”. Y recién en 2006 nos encuentra hablando del “Desafío de educar en el amor”. Así, el replanteo del discurso sobre amor y sexualidad para convertirlo en una auténtica Buena Nueva, es un deseo de años sin llegar a acciones concretas, salvo esfuerzos aislados.

La comunicación (mejor que “discurso”) sobre el amor y la sexualidad exige un planteo con su estructura preventiva. Esta incluye una información científica y eficaz, con un lenguaje propio de una formación intelectual seria, y con la coherencia afectiva y de vida con lo que se anuncia. Se complementa con un programa mucho más amplio, para que las personas lleguen a una auto-apropiación consciente y una valorización positiva de si y de su sexualidad basada en la comunicación, sobre todo de los padres y docentes. Es el elemento mediador decisivo para comunicar sentimientos, información, interpretaciones, juicios de valor y decisiones que influyen para orientar o desorientar las conductas (Martín-Madrid). Allí se podrá insistir en la idea de que “la sexualidad es un componente básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano” (CEA), con un proceso de un ser sexuado concreto que necesita vivir una educación integral (afectiva) para amar. Este proceso nunca termina, y tiene sus cimas, sus crisis, sus mesetas para madurar.

El anuncio de la persona que, en no desvincula nunca amor – sexualidad, abre el camino de una serie de consecuencias valiosas: la persona postula la entrega de si y la gratuita acogida del otro; ser incompletos saca a la luz la grandeza de cada uno resaltando su sacralidad, sólo la entrega total e integral en el amor generoso da plenitud y abre la dimensión comunitaria (familia) donde los hijos son un don. Agreguemos que la comunicación sobre el misterio del amor y la sexualidad encuentra a su paso la falta de una educación de sentimientos. Frente a una sociedad atea que impone vicios, estructura y normas, pero el amor generoso e irrevocable se abre camino otra sociedad.

Lo sexual es personal, lo que incluye su integración en la generosidad, y la intimidad para darse a uno mismo y recibir al otro que ha orientado su historia junto a alguien. Los mensajes de amor y sexualidad salidos de los medios son impúdicos y fomentan la desintegración de la persona, que ya no sabe cómo darse a sí misma. Hay que enseñar que lo mejor que le puede pasar a la relación es el compromiso: el matrimonio personalizará la entrega apasionada, sumirá todo en fecundidad.

Pero el mensaje de una sexualidad integrada en el amor más humano y familiar exige un cambio de fórmulas que lo haga más entendible al hombre de hoy. ¿Esto es posible? La fuerza de Dios debe ser la luz que ayude a reflexionar. Un sexólogo puede hablar, un ginecólogo también, pero sólo las experiencias de matrimonios plenos denuncian el vacío y sinsentido de la separación entre amor – sexualidad.

El replanteo de la comunicación sobre el amor y la sexualidad pone frente a la “perspectiva de género” una “perspectiva de familia”. Allí se proclama el sentido de la vida, se anuncia sus sistemas de reciclaje de las personas, muestra caminos de vida profunda, fecunda, promisoria y ejemplar por su amor de entrega, cuando crece el sentimiento de insignificancia y baja autoestima ambiente.

Estamos ante el desafío necesario y urgente de educar en al amor, enseñar a amar en medio de una cultura que desea imponer sus ideas. Podemos construir otra cultura.

Por Ivan Grgic

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