LA FAMILIA Y LAS VOCACIONES

LA FAMILIA Y LAS VOCACIONES

La familia constituye un semillero para las vocaciones sacerdotales y religiosas. Una familia con profunda fe y con una práctica religiosa constante y abierta al llamado de Dios, hará florecer las vocaciones en su seno. Pero también he reflexionado y me he dado cuenta de que en realidad no existe una relación lineal.

Por un lado, la historia de los santos y hombres de bien dedicados a su oficio, no solo se nutre de personas que vivieron un ambiente religioso en su familia. Muchos recibieron el llamado de Dios y lo aceptaron, pese a haber pertenecido a una familia con ideas contrarias a la fe. Aquí entran en juego, la Gracia de Dios y la oración por las vocaciones y las acciones “humanas”, educativas y ejemplares que vivieron.

Por otro lado, a lo largo de la historia, y en la actualidad, existen muchas familias, que son un modelo de fe y de práctica religiosa, si bien ninguno de sus miembros ha elegido ser sacerdote o religiosa. ¿Se ha debido esto a que ningún miembro de estas familias ha recibido el llamado de Dios, o existen otros factores que han provocado que si bien existió dicho llamado, el mismo ha sido rechazado o postergado?

Voy a tratar primero sobre la familia de hoy y sus problemas, y como estos atentan contra la gran misión de la familia de ser el jardín primero y más natural donde deben germinar y abrirse las flores del santuario. Luego voy a analizar cuáles podrían ser las causas de que en familias religiosas no surjan vocaciones. Por último, voy a dar sugerencias que fomenten vocaciones de servicio cristiano, en la familia y por ella.

Las familias de hoy.

La familia hoy sufre el ataque de los cambios profundos y rápidos de la sociedad y la cultura. Muchas familias viven esta situación y permanecen fieles a los valores que son la base de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su meta, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado y la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de distintas situaciones de injusticia no pueden realizar sus derechos fundamentales.

Educar es un proceso para desarrollar los talentos y fuerzas de la persona. Ese proceso lleva a vivir en forma libre, consciente y creadora, y a ubicarse en el mundo con creatividad. Así se puede dar cimiento a la sociedad y conducirla.

La familia es clave para eso. En ella se reciben los esquemas mentales para interpretar experiencias, emociones y juzgar el sentido del mundo. Allí el niño y el adolescente interpretan su vida personal y social hasta llegar a tener una noción del mundo, en un proceso largo, entre tensiones y equilibrios sobre lo recibido y lo vivido.

Vivimos un tiempo “explosivo” de cambios. El joven mira con naturalidad ese rápido avance y los antiguos conocimientos, y cuestiona las experiencias pasadas de sus padres. El adulto, se siente así desubicado, ya que sus experiencias no le valen como recurso; sólo podrá ser oído y apreciado si goza de sabiduría.

Por eso, si los padres quieren imponer su visión del mundo, el conflicto con sus hijos es inevitable. Es un conflicto entre generaciones.

Sólo se puede salir de este conflicto si los padres se concentran en ayudar a los hijos con un análisis sereno y crítico de la nueva sociedad. Tarea educativa formidable, que supera a los padres. Por eso, se crea una subcultura juvenil, con valores, actitudes y conductas incomprensibles, u ofensivas para los adultos.

A. Rasgos de la juventud actual.

Hoy a los jóvenes los influyen los medios, los profesores ateos, la escuela sin religión, los padres con una vida espiritual superficial, la falta del Evangelio y la oración en la vida familiar, los amigos que dan más importancia a la ropa, los juegos, la tv, la internet, que a la lectura; las escuelas con métodos de hace 150 años.

Algunos rasgos significativos de los jóvenes actuales son los siguientes:

· Tendencia difusa y poco elaborada, a anhelar y querer una sociedad mejor.

· Oposición y rechazo a las estructuras vigentes, tanto civiles como religiosas.

· Apatía e indiferencia frente a la disciplina y las tradiciones.

· Dificultad de comunicación con el mundo adulto.

· Muchas actividades, aunque de poco contenido reflexivo.

· Tendencia a una igualación sexual entre varones y mujeres.

· Tendencia a querer un Dios sin religión y sin institución.

· Tendencia a vivir en pareja, por el deseo sexual y sin compromiso definido.

B. Los problemas que afectan a la familia de hoy.

Existen una serie de cambios sociológicos, culturales y económicos que afectan a las familias y atentan contra las vocaciones. Describo esos cambios:

(1) La secularización.

La secularización es el marco de los cambios que se dan en la cultura, y se ha extendido por el mundo. Significa excluir a la religión de la esfera pública. Se comprende por qué el matrimonio pierde su carácter religioso y sacramental de “alianza” y mantiene sólo los aspectos jurídicas de “contrato”, que se puede anular cuando las partes o una de ellas lo crean oportuno. El hombre de hoy no concibe la vida humana como un “don” que viene de Dios, sino como una opción autónoma de la persona, sujeta a su decisión. De ahí la aceptación de intervenciones en la procreación, la genética y la eutanasia.

En este contexto es discutible el mismo concepto de vocación, tanto en general como las vocaciones de especial consagración. El concepto de “vocación” supone que alguien llama e implica una relación entre el que llama y el llamado. En la perspectiva de la sociedad secular Dios no existe, o está lejos y ajeno al mundo; por eso desaparece la misteriosa lógica entre llamada y respuesta, ya que no se percibe que haya un Dios que llama y a quien hay que responder. Sólo si se recupera el sentido religioso de la vida será posible descubrir la dimensión vocacional de la vida.

(2) Libertad y precariedad de las decisiones.

Las vocaciones consagradas parecen contraponerse al curso actual de la cultura. Además de suponer un Dios que llama, implican una decisión definitiva y una entrega

irrevocable. Estamos sumergidos en una cultura de la indecisión. Optar por una vida para siempre se contrapone a la cultura subjetiva que insiste en la libertad y en la espontaneidad de las opciones de cada uno. La crisis del matrimonio como don total y para siempre al cónyuge, pasa a los hijos ante la posibilidad de un “voto” definitivo para el sacerdocio o a la vida religiosa.

(3) Descenso de la natalidad.

El drástico descenso de la natalidad que se da desde hace algunas décadas, hace que no haya familias numerosas, fuente tradicional de las vocaciones consagradas, y que crezcan las familias con uno o dos hijos e incluso sin ninguno en países modernos. El descenso de los nacimientos hace que las vocaciones sacerdotales o religiosas sean menos probables, y marca un cambio en las relaciones entre padres e hijos. En la familia reducida esas relaciones son más intensas, a veces posesivas, lo cual impide la distancia y ruptura con la familia, que es un aspecto esencial de toda vocación, como se capta al leer la S. Escritura.

En la familia poco numerosa se plantea una lucha entre la llamada de Dios y las esperanzas de los padres sobre sus hijos. El descenso de los nacimientos implica invertir más tiempo, afecto y recursos económicos en los hijos, de los que se espera una serie de premios que los padres no han tenido. Si el hijo único opta por la vida religiosa, priva a la familia de su futuro y choca con el anhelo normal de que permanezca el nombre y la tradición familiar, e incluso, la actividad económica y profesional de los padres. Salir de la familia no para el matrimonio sino para la vida religiosa, afecta al sistema de anhelos.

(4) Celibato y castidad.

Otro problema es la castidad que es esencial de la vida sacerdotal y consagrada y que la Iglesia exige a quienes se consagran a Dios. En una sociedad erotizada como la actual, el celibato y la castidad atentan contra la cultura del disfrute que ha separado el goce sexual de la procreación. La familia sufre los efectos del desorden moral.

(5) Consumismo y felicidad.

Esa cultura del disfrute trae consigo una vida centrada en la felicidad, en el éxito y en las conquistas. Por eso, la vida religiosa parece poco atractiva e incapaz de dar plenitud a la personalidad de los hijos.

(6) Incomunicación y educación deficiente.

Hoy hay huérfanos de educación. La familia, la escuela, los grupos, los medios… no educan, sino deseducan. En concreto a la mayoría de los niños católicos le falta una educación (no digo cristiana…), o en todo caso una educación pura. En las parroquias, la dirección espiritual desapareció: por lo tanto la educación en la vida cristiana. La familia tampoco educa, por falta de diálogo, por muchos compromisos, por actividades fuera de casa, por una economía que obliga a los padres a irse de la casa por horas para sustentarse. A su vez, se manifiesta un problema de relación entre padres e hijos, y un cambio en el concepto de autoridad. La opción por la vida consagrada o el sacerdocio es

el fruto de la atención pedagógica a una persona. La educación se distingue de la formación, pues educar es ayudar al joven a buscar en su interior la verdad (o sea: sus miedos, resistencias, debilidades, y dependencias) y proponerle un ideal para su vida que sea algo más que tener algunas virtudes humanas sin relación a la Esperanza y a su virtud compañera la Fortaleza.

(7) Cortoplacismo.

La cultura actual caracterizada por cultivar sólo los compromisos a corto plazo, y el alto índice de rupturas matrimoniales son estímulos constantes para que los jóvenes no hagan un compromiso para toda la vida en el seguimiento de Jesús en la vocación sacerdotal o consagrada. Hoy disminuyen las vocaciones, pero crece el número de jóvenes generosos que desean emplear algún tiempo en servicios de asistencia social; pocos en cambio, se sienten con fuerza para un compromiso perpetuo.

(8) El fracaso de la catequesis católica.

Las madres llevan a sus hijos para la Primera Comunión, aunque no los acompañan a la Misa ni se preocupan de sus tareas. Los niños no aprenden y no son motivados a querer aprender. Después de la Comunión desaparecen de las parroquias.

(9) No surgen vocaciones en las familias cristianas de práctica religiosa.

Hay familias que se dicen cristianas, y practicantes, y a menudo son obstáculo a la vocación de sus hijos. Por ello, existen otras razones que propician el declinar de la familia como agente vocacional.

(10) La vida sacerdotal o religiosa no genera bienestar económico.

La cultura postmoderna que sobrevalora el éxito y la eficacia, a la vez que fomenta una mentalidad consumista y pragmática entró con fuerza en la familia; los padres se niegan a aceptar la vida religiosa o sacerdotal para su hijo/a) porque son opciones de vida no rentables. En este sentido, hay un cambio de valoración en el seno familiar respecto a la posible vocación sacerdotal o religiosa de los hijos. El desarrollo económico supone que los padres desean para sus hijos mejores condiciones y el panorama de vocación no lo es. A su vez, la comunidad cristiana está infectada de egoísmo y desinterés.

(11) Pérdida de valoración de la vocación consagrada.

En las familias el valor social de los sacerdotes y religiosos cambió mucho; antes daba prestigio social tener un hijo o hija religiosa o sacerdote; hoy, huyó esa idea. Los “medios” aportan mucho al deterioro de la imagen de sacerdotes y religiosos en el seno familiar. Los mismos sacerdotes – con mucho activismo y poca oración – impiden que nazca una entrega incondicional.

(12) Falta de una “pedagogía del abandono”.

Hoy la acción en parroquias o instituciones católicas no está formando a los padres en una cierta pedagogía del abandono que debe permear la relación entre padres e hijos. Hay

que aprender que el amor auténtico y fructífero es capaz de soportar, aceptar y preparar la separación de los hijos para seguir su camino en respuesta al plan de Dios. Existe miedo a perder un hijo o una hija – y por ende nietos y nietas – si los mismos deciden volcarse a la vida religiosa, porque en realidad nada se pierde, sino que se “gana”.

(13) La necesidad de hacer sólo aquellas cosas que reditúen en el futuro.

A menudo si los jóvenes deciden prestar servicios gratuitos de voluntariado en una parroquia o institución religiosa, eso es prohibido por sus padres, so pretexto de que van a descuidar los estudios. Es una pena que se prohíba hacer la experiencia de gratuidad y servicio asequibles a su edad, pues privan de una experiencia decisiva, para que uno descubra que en el mundo no existe sólo él, y su verdadera vocación.

(14) Confusión y falta de formación sobre qué es la vocación de consagrada.

El énfasis sobre la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, lleva a bastantes jóvenes a realizar su compromiso cristiano como laicos, sin preguntarse con sinceridad dónde Dios quiere ser servido. Hay familias que ante la insinuación de un hijo de que se plantea la cuestión vocacional, reaccionan diciendo que hoy «lo que la Iglesia necesita son laicos comprometidos», o que «el futuro de la Iglesia depende de los laicos». Antes, la vida religiosa o el sacerdocio parecían ser el único camino para entregarse al servicio del Señor o del prójimo; y estaba extendida la idea de la vida religiosa como único camino de perfección. Hoy, al contrario, se dice entre familias de un cierto compromiso eclesial, que también en el matrimonio y en el mundo se puede aspirar a la santidad y servir a la Iglesia. Esta situación refleja la falta de claridad sobre el papel y la identidad de la vida religiosa en la comunidad de la Iglesia.

(15) Pérdida del concepto del pecado personal y de la actividad del demonio contra la gente de Fe.

La vida santa ya no es vista como ascesis ni martirio, sino como una demostración de bondad. Ha desaparecido el Sacramento de la penitencia como tal: se acercan algunos que quieren ser escuchados, pero ya no saben qué es el pecado o se acostumbraron a vivir «como les parecía». Los católicos ya no creen en el Juicio Final ni en la Justicia de Dios, ni en el Purgatorio y en el valor de la Indulgencia Plenaria.

C. Una familia cristiana fomenta las vocaciones.

Es una tarea delicada, porque los padres son llamados a preparar, cultivar y defender las vocaciones que Dios suscita en su familia. Por eso, necesitan enriquecerse ellos y los suyos con valores espirituales y morales: una religiosidad convencida, una consciencia iluminada, y un exacto conocimiento de la vocación.

El paso decisivo que debe dar toda familia es poner a Jesús como modelo de vida y, entonces tomar conciencia de ser lugar electo para un real crecimiento vocacional. Esa tarea sabe que Dios obra el querer y el obrar según su Voluntad (Filip 2, 13), y que quien comenzó la buena obra, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Señor (Filip 1, 6).

La estabilidad de la estructura familiar es la condición para que crezcan y maduren vocaciones sagradas, y es la mejor respuesta a la cuestión vocacional. Por ello, aquí se presentan esas fuerzas:

: Brindar amor y respeto.

Hay que demostrar a los hijos confianza y respetar su libertad desde temprana edad, sabiendo que el Espíritu Santo actúa en sus almas desde el Bautismo. Los hijos deben saber que nuestro amor de padres es incondicional.

: Hablar positivamente acerca de la vida sacerdotal y religiosa

Hablarles con frecuencia en términos positivos de la Iglesia y la grandeza de la llamada a una vida consagrada. Algunas personas que han dedicado su vida a la Iglesia no han sido fieles a su vocación. No hay que hablar de modo negativo de ellos: son la parte humana de la Iglesia. Los hijos deben saber que oramos por ellos cada día, para que sean santos, felices y generosos cualquiera sea el llamado que reciban de Dios. Nos preocupa su educación, salud, logros, carreras; pero eso es secundario comparado con una vida de virtud y paz en este mundo y luego la felicidad en la otra vida.

: Motivar a los jóvenes a pensar sobre los distintos modos de ayudar a la gente.

Es bueno enseñarles a valorar la pobreza y el desapego. Que tengan demasiado dinero. No permitir que compren a su antojo o que midan a las personas por las cosas que poseen. Que aprendan a que las cosas les duren y a vivir sin ellas tranquilamente. Que aprendan a compartir con gozo. Que usen sus veranos de modo útil: que trabajen o usen su tiempo sirviendo con generosidad a otras personas menos afortunadas.

Hacer que la oración sea parte esencial de la familia al tomar decisiones.

Orar sin cesar por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Aprovechar ocasiones de compartir con los que pasan dificultad.

Analizar qué respuesta darían si un vecino está enfermo, desempleado, solo o incomprendido.

Motivar a los hijos para que ofrezcan de buena gana su tiempo, talentos y destrezas.

Rezar con cada miembro de la familia y por ellos.

Hablar acerca de su vida como una vocación – en su calidad de esposo o esposa, padre o madre.

Destinar tiempo para la familia durante la semana – compartir tiempo con cada hijo.

Mantener una vida sencilla de piedad en el hogar, según las edad y condiciones de los hijos.

Una vez al Cura de Ars qué era lo mejor que podían hacer por sus hijos. Contestó que lo mejor era llevarlos a menudo a Jesús en la Eucaristía y en el Sacramento de la Penitencia. Hay que buscar la forma de hacer esto y que lo encuentren atrayente, respetando al mismo tiempo su libertad. Deben ver que sus padres llevan una vida más devota que la de ellos. Que miren a sus padres orando, asistiendo a Misa, a la confesión, leyendo la Escritura, rezando el Rosario. Observarán que las fiestas cristianas son muy importantes en la familia. Notarán que para esto a veces hay que sacrificarse. Por eso, complacer a Dios no a la gente es la prioridad en sus vidas. Dar la oportunidad a los hijos para que guíen la oración y recen usando sus propias palabras.

Invitar a su casa a los sacerdotes y religiosos.

Exhortar a los adolescentes para que miren a la iglesia con relación con las vocaciones.

Hablarles acerca de los dones de ministerio que vemos en ellos.

Preguntar a sus amigos qué están pensando respecto a las opciones en la vida.

Tomar parte en actividades de la parroquia unidos en familia.

Infundirles el aprecio de la belleza, ya sea en la naturaleza, en la literatura, la música o el arte.

Los libros, revistas, discos, videos, instrumentos musicales y el arte que los padres tengan en su hogar, las series que miran en familia, los juegos comunes y los paseos familiares: eso prepara a apreciar la belleza del mundo que Dios creó y redimió. Si desde chicos les hemos dado los criterios de moralidad y los hemos discutido con ellos, podemos dejar a los hijos solos con la tele o la PC, incluso con juegos y con la Internet. Así se preparan, maduran, piensan y saben hacer juicios sobre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso. Se hacen aptos para discernir y responder la llamada.

Nadie conoce a sus hijos mejor que sus propios padres o los ama más, excepto Dios. Las vocaciones son un fenómeno de oferta y demanda. La oferta crea la demanda. Si ofrecemos los hijos a Dios por medio de la oración y de la preparación cuidadosa, El no se quedará atrás y los tomará por medio de su Gracia divina y con la colaboración de ellos. Y si sus hijos no reciben la vocación divina, a pesar de los consejos indicados, no se preocupen, sus nietos u otros jóvenes serán entonces los llamados. A Dios nadie le gana en generosidad.

Fernando Oscar Piñeiro

Post a Comment

#SEGUINOS EN INSTAGRAM