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La escuela buena es esta

L

a escuela buena no es la de edificios que no se caen a pedazos, de maestros que progresan en su carrera por mérito propio, o de los miles de alumnos. La escuela buena no son los pizarrones interactivos, ni los materiales pedagógicos, ni siquiera los maestros. La escuela buena es una idea de la clase de ciudadano o persona que se quiere formar, y del país que se desea construir. Es el corazón de la política. La escuela es un proyecto político o no es nada. Sólo bajo esta condición, es no es un lugar para impartir nociones, sino un ámbito para formar caracteres y personalidades, donde se construye una actitud para el futuro de la sociedad.

La escuela es lo que en 20 años  será el país: no es su PBI, su fuerza laboral, sino sus valores, su idea del hombre. Cuando hoy se mira a Italia: un país que no lee un libro y tiene un record de celulares, con muchos legisladores analfabetos que casi no hablan el idioma nacional, en donde prospera la ilegalidad, la corrupción y la inmunidad. Un país con jóvenes dedicados a compulsar de modo obsesivo sus teléfonos como miembros fantasmas de bandas de amigos y seguidores, cuyas energías se gastan en un griterío sin interrupción, un lenguaje obsceno, el humo, conducir como suicidas-homicidas sus motos y autos; en el cual el 1/1000 cede el asiento a un nonagenario. Por supuesto, todos van a la escuela.

Algunos piensan que la solución es la instrucción cívica, y otras materias. El remedio es la cultura: un proyecto educativo con contenidos basados en los valores éticos durante todo el ciclo escolar. Un proyecto sin la adoración ciega a las empresas,  que no considera el inglés como la piedra filosofal de la enseñanza, que no se deja seducir por materias que parecen  modernas, evitando las básicas: de literatura, ciencias, historia, matemática. Hoy llegan  estudiantes a la universidad incapaces de escribir sin errores de ortografía, o de resumir un texto.

A esta barbarie de la generación joven se remedia creando un ambiente donde no reine el permisivismo, la indulgencia resignada (con la complicidad de la familia). Se consiente salir y entrar del aula cuando se quiera, usar el celular cuando se le da las ganas, conversar con el maestro como con un colega. Cualquier obligación disciplinar es ahora  opcional o negociable y la autoridad de la cátedra un adorno.

Los gobernantes se ocupan de los sueldos y los puestos y sobre todo lo demás cierran los ojos a la realidad. No hay una pizca de coraje intelectual, no hay una voluntad de cambiar, ni una idea grande sobre el país y su futuro, en el cual la escuela debería ser la parte decisiva, y no la cenicienta desesperada que es ahora y que – apuesto – seguirá siendo.

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