El tropiezo monseñor santagada niño sandia

Un tropiezo

Juan se levantó temprano para ganarse el fresco. Iba a cosechar el algodón. A las once de la mañana, estaba con la azada en la mano desde las cinco, el cansancio se sentía. Tenía sed. Conocía el peligro del agua fresca para el que bebe con ansia y con el cuerpo recalentado por las faenas del campo. Decidió acortar el camino. Fue por entre los yuyos altos. Trataba de avanzar por entre el malezal donde el año anterior había tenido la chacra. Ni tiempo tuvo de darse cuenta, cuando tropezó con un gran bulto escondido entre el pastizal.

 

No pudo evitar el golpe. Arrojó a un lado la azada, para no lastimarse con ella, y dejó que el cuerpo cayera lo más flojo posible, para evitar quebraduras. Había tropezado con una sandía. Allí entre los yuyos, estaba una hermosa sandía. Pesaba como 20 kilos. Una semilla de la cosecha anterior había germinado, y ahora le ofrecía su fruto.

 

A pesar del cansancio, del calor, y de su cuerpo dolorido por la caída, cargó con cariño la sandía sobre sus hombros y con cuidado completó la distancia que lo separaba de su rancho. Y mientras de antemano saboreaba a sorpresa que le daría a su patrona, se iba diciendo a sí mismo: ¡No hay tropiezo que no tenga su parte aprovechable!

 

Extraído del libro “Historias de Vida” de Mons. Dr. Osvaldo Santagada, 2014.

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