Un nombre nuevo y un rito nuevo
El Sacramento del Perdón de los pecados, que Jesús mismo instituyó, ha tenido tres nombres a lo largo de los siglos. Cada nombre daba importancia a uno u otro de los tres elementos esenciales del sacramento: la confesión, la penitencia, la reconciliación.
El Concilio Vaticano II todavía la mencionaba como “Penitencia”, como había sido conocido durante algunos siglos, y mandó sólo esto: “Revísense el rito y las fórmulas de la Panitencia, de modo que expresen más claramente la naturaleza y efecto del sacramento” (Constitución sobre la liturgia, n. 72).
Luego en 1973 apareció la esperada “reforma” de este Sacramento. El Rito se seguía llamando “de la Penitencia”, en general, pero para las tres formas propuestas aparecía ahora el nombre “Rito para reconciliar a un penitente”, etc. De allí que pronto toda la Iglesia comenzó a usar el nombre de Sacramento de la Reconciliación, como se había llamado también durante siglos. Los tres ritos eran: reconciliación de un penitente individual, reconciliación de muchos penitentes con confesión y absolución individual, reconciliación de penitentes con confesión y absolución general. En cada rito se establecía la lectura de la Palabra de Dios y el diálogo con el penitente.
Sin embargo, la gente se siguió confesando como lo había hecho hasta entonces y los sacerdotes también cumplieron su ministerio de confesores como lo habían hecho siempre. Son escasos los sacerdotes y los fieles que hacen del sacramento un encuentro de oración y de proclamación de la Palabra de Dios.
Más aún, los que se confiesan son aquellos que se acostumbraron a la “Confesión” como se llamó desde el Concilio de Trento. La mayoría busca al confesor no para una auténtica reconciliación, sino para recibir una livianísima penitencia por “faltar a misa del domingo”. Por eso, hay que volver a reflexionar sobre el sentido de la Reconciliación en nuestra vida.
O. D. S.
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EL Sacramento de la reconciliación 2
