Tenemos sed infinita de felicidad
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La natural exigencia de feliciad es aceptada por toda la Tradición católica. Esa
tradición nos asegura que es un fenómeno “en orden” ese inexstinguible deseo de
apagar una sed infinita de felicidad. Ese es el comienzo irreemplazable de todo amor
consumado.
Sólo entonces tenemos la mirada limpia y libre para el contenido básico del amor. Si,
el amor no sólo tiene como fruto natural la alegría y la satisfacción, sino también toda
la felicidad del hombre. Porque nosotros, sin ser egoístas, tendemos infaliblemente a
la felicidad. Esa es la felicidad del amor, sea dirigido al amigo, a la persona amada, al
hijo, al prójimo o al mismo Dios.