SEMINARISTA EN «VACACIONES»
En Mar del Plata pasé mis primeras vacaciones como seminarista durante enero y febrero de 1954. Los «superiores» habían mandado presentarnos al párroco y ponernos a su disposición. conocía al P. Martín Zabala desde niño. Hombre alto, robusto, con el rostro amplio y arrugado, la voz de fumador, el porte marcial como el de los «curas» importantes. Era (como después supe) un hábil negociador y amigo de los aristócratas que hasta la mitad del siglo pasado veraneaban en la ciudad de los vascos. Hacía muchos años que estaba en San Pedro y era un «taita».
Le entregué unas hojas de informes que él debía completar para el final de mi estadía. Me dijo: «Corresponde que ayudes la Misa de cada día y en la vida parroquial». Pensé que sabía lo que me decía. Me equivoqué. Llegaba temprano para la «meditación»; luego ayudaba la primera misa, después (a las 9) la del párroco; entonces, «acción de gracias» con el misal latino que me había regalado Hugo Veneziale. Recién después me acercaba al comedor para tomar una taza de té. Allí encontraba al «clero». Zabala ya había terminado de leer los diarios. El resto, entre otros Mons. Das Neves y el canónigo Speroni, no daban importancia al desayuno, porque los diarios no permitían conversar y se reservaban para el almuerzo. Por la tarde, dirigía el Rosario.
Zabala me pedía lo que consideraba pertinente: organizar a los chicos veraneantes en un patio de juegos, atender a los adolescentes en sus reuniones y colaborar en la sacristía. Las «vacaciones» me dejaban exhausto: como era esmirriado se notaba más mi cansancio. Al final Zabala me entregó el sobre para el rector del seminario. Lo mismo sucedió al año siguiente. A fines de 1955, el rector me llamó, me mostró los dos informes: «Este candidato se decida demasiado a leer los diarios apenas termina la misa. Parece muy mundano», y me dijo: «Tendré que probar tu vocación a causa de estos informes. Irás al campamento «La tregua». Jamás imaginé que el gran hombre «de mundo», me acusara de «mundano».