ROBERTO CAAMAÑO

ROBERTO CAAMAÑO

1955 es un año de tristes recuerdos: se quemaron las iglesias católicas y el arzobispado de Buenos Aires. Para un seminarista «filósofo» la vida era reglamentada. La excomunión en que incurrió el presidente por haber puestos sus manos violentas sobre el obispo Tato y mons. Novia, me impresionaba. Ver las iglesias quemadas era terrible. 1955 queda en la memoria. También porque en ese año el P. Segade fundaba el «Instituto de Música Sacra». Paddy, Angelo y yo nos inscribimos para estudiar gregoriano, órgano, armonía. Los jesuitas de Seminario estaban fastidiados. Me dijeron: los curas músicos terminan mal.

¡Qué lindo era prepararse para un Iglesia Católica en la que el pueblo casi no cantaba! El entusiasmo nos hizo ser buenos alumnos. Segade era un maestro y «descendió» a trabajar con novatos en el órgano del Socorro. Adriana Fontana y Manuel Fernández hacían su parte cumplidamente. Caamaño era espectacular: jamás había tenido un profesor así. Alto, flaco y erguido. Sus clases me dejaban atónito: podía dictar el tratado de armonía y composición de memoria sin equivocarse ni siquiera en el fraseado. Junto a esa sabiduría brillaban los ojos de un comunicador humilde y excelente. Gozaba con lo que hacía y estaba convencido que sus clases de música eran su modo de cumplir su tarea de apostolado.

Entablamos una amistad que duró años. Cuando fue director del Teatro Colón del 61 al 64, nos reuníamos en su despacho para preparar «Gloria al Señor». Tenía organizado el teatro con años de anticipación. No dudaba un instante en corregir a quien lo necesitara: con respeto y firmeza a la vez. A la mejor soprano de aquel tiempo, Victoria de los Ángeles, la escuchó en un ensayo general de opera.
Suavemente, se acercó y le dijo: «Señora, le ruego ensaye con su pianista estos compases en los que agrega notas no existentes». Conocía las partituras de cabo a rabo. Pianista y compositor eximio, organizador nato, tenía una pena: en la Argentina vale «lo de afuera»; el argentino que triunfa, aquí, no tiene derechos.

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