
La novata
La empresa tenía una fábrica y un edificio administrativo. Una novata salida de la universidad, que hablaba inglés y otro idioma ingresó. Las oficinas estaban comunicadas, pues tenían separaciones. De modo que se podía oír las secciones cercanas.
A la chica le toco un jefe de malas pulgas, un poco antifeminista. Le encomendó un trabajito: poner en un cierto orden las carpetas de la oficina en la Internet, y que tenían relación entre sí, para achicar la cantidad de carpetas.
Cuando presentó su trabajo, el jefe lo miró y dijo: “No usaste el módulo de la empresa sino tu propia idea. Sos una idiota”. Ella se sintió herida, porque no le habían enseñado esos módulos.
Pensó rápida: “Si respondo al insulto, va a decir cosas peores. Mejor guardo silencio y lo dejo seguir. Si hablo, pierdo yo. Si habla él, pierde él. Ante el silencio de la novata, el jefe se encabritó y siguió diciendo palabras hirientes. Ella mantuvo silencio. Pensaba: “Soy libre y tengo derecho a defenderme. No lo voy a ejercer ahora”. Hasta que el hombre cansado del silencio, gritó para que lo oyeran los vecinos: “Vete ahora y dejame tranquilo”.
La novata supo que desde ese día, el jefe la humillaría. Y se preparó. Tuvo que servir cafe al equipo, limpiar escritorios y papeleras, traer resmas, y dedicarse a triturar formularios. Hasta que llegó un llamado en ruso y la novata lo respondió con soltura. En ese momento cambiaron las cosas. Su silencio y su obediencia no fueron vanos. Para que decir palabras que pueden provocar un incendio. Porque las palabras son un arma de doble filo cuando se usan sin crítica interna.
Mons. Osvaldo D. Santagada