La acedia es una tristeza mortal
Hay una tristeza que viene de Dios y nos conduce al arrepentimiento. Hay otra
tristeza del mundo que lleva a la muerte, dice san Pablo. A esa tristeza del mundo le
llamamos acedia. Esa tristeza es falta de magnanimidad: no quiere proponerse la gran
tarea propia del cristiano. La acedia es un cierto vértigo que siente el hombre cuando
comprende la altura adonde lo eleva Dios. El hombre con acedia carece del ánimo y la
voluntad de ser tan grande como es en verdad. Quisiera hacerse pequeño para evitar
así la obligación de la grandeza. La acedia es una humildad pervertida: no quiere
aceptar los bienes sobrenaturales porque son una exigencia para quien los recibe.
La acedia es un odio consciente a los dones, una huida de Dios. El hombre huye de
Dios porque lo ha elevado a un modo de ser superior, divino, y por lo tanto, lo obliga a
una norma superior de deber.
La acedia es detestar los bienes sobrenaturales. Esa enormidad significa que alguien
tiene la convicción y el deseo de que Dios no debería haberlo elevado, sino “dejado a
su aire”.