el relojero - osvaldo santagada

El relojero

Un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de la aldea perdida en la montaña. Desde la capital llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una herencia. El pueblo quedó mudo. Se quedarían sin relojero. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes. La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar el reloj de la torre de la Iglesia. Lo mismo hacían quienes tenían reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar.

 

¡Caramba!, decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Otra cosa muy distinta hubiera sido el panadero. No había porqué preocuparse. Los días fueron pasando. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y al sacudirlo comenzó a funcionar, pero adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto. En pocos años, los relojes, por una causa o por la otra, dejaron de funcionar. Cada uno guardó su reloj en un cajón, y lo fue olvidando.

 

Hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta. Pero cada noche, sacaba el reloj para darle cuerda y funcionase.

 

Un buen día retornó el relojero! Cada uno comenzó a buscar el reloj abandonado. Fue inútil. Los engranajes, por tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Solo un reloj pudo ser reparado con facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara bien la hora. Su dueño cada noche le dio cuerda, y había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. La fidelidad había posibilitado la recuperación.

 

La oración es como el reloj al que se dio cuerda. Tiene mucho de herencia, poca utilidad a corta distancia, necesita fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.

 

Extraído del libro “Historias de Vida” de Mons. Dr. Osvaldo Santagada, 2014

 

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