
El perro y el conejo
Un granjero quiso hacer un concurso entre su perro y su conejo. Hizo un agujero en uno de sus grandes parques, escondió en él una zanahoria y un hueso. Luego se puso a ver quien los encontraba antes.
El conejo, alegre y optimista, se lanzó a buscar la zanahoria, cavando aquí y allí, muy convencido de encontrarla.
El perro, pesimista, tras husmear un poco, se tiró al suelo y comenzó a lamentarse. Pensaba que era muy difícil encontrar un hueso en un campo tan grande.
Durante horas el conejo cavó, y a cada nuevo hoyo el perro se lamentaba más de lo difícil que lo pasaba el conejo. El conejo pensaba: Me queda un agujero menos. Cuando ya no quedó sitio donde cavar, el conejo hizo un túnel hasta llegar bajo el perro, donde encontró la zanahoria y el hueso.
Así el perro perdió solo por su pesimismo, cuando gracias a su gran instinto, habría encontrado el sitio a la primera instancia.
Extraído del libro “Historias de Vida” de Mons. Dr. Osvaldo Santagada, 2014.
Comentario
¿Cuántas veces hemos tenido la misma actitud del perro a lo largo de nuestras vidas? Me atrevería a afirmar que muchas veces. Es casi inevitable que los pensamientos negativos asistan a nuestro cerebro y nos desestabilicen. Vivimos en una pulseada permanente, donde somos un poco “perros” y otro poco “conejos”.
Pensar en positivo es saludable y posible. Qué lingo es ver a la vida con ojos de esperanza, que va de la mano del optimismo. Quedarse quieto y lamentarse sólo nos desalienta y nos hace caer en la desilusión. A su vez, debilita nuestra fe en Dios. El trabajo y el esfuerzo, tal como obró el conejo, siempre tienen su recompensa.
Rocío Roda