El lamento de los migrantes
Gerald F. Kicanas. Obispo de Tucson, Arizona
Refugiados y migrantes hay en todo el mundo. Algunas naciones les abren los brazos, otras los echan. Empero los migrantes siguen llegando, buscando asilo, seguridad y decencia. Sus vidas quedan quebradas al huir. ¿Cómo no ayudarlos? Es cierto que aceptar migrantes puede causar problemas sociales, económicos y políticos, aunque podemos tener un corazón para comprender el dolor humano y responder con misericordia.
Mucha gente busca una vida honesta. La indignidad es la razón por la cual hay gente que navega en barcos miserables, camina cientos de kilómetros, o marcha por peligrosos desiertos para ir a tierras y culturas desconocidas. Buscan una vida mejor para sus hijos.
Al encontrar migrantes y oír sus historias, nos damos cuenta que son como nosotros. Hay muchos que carecen de documentos y viven en la sombra con sus familias, con el miedo de perder todo de nuevo. Violar una norma de tránsito puede llevarlos a la deportación. Algunos provienen de países violentos y han sufrido abusos de hombres crueles en sus viajes. El relato de su supervivencia es terrible. Hay que comprender sus experiencias. Son mujeres con bebés que van a encontrarse con sus hermanos, quizás de 12 o 13 años de edad. Hay que imaginarse a los padres que han mandado a sus hijos a lo desconocido.
Las autoridades tratan de encontrar refugios provisorios para esos chicos, aunque hay americanos que detienen los micros con carteles: Váyanse. Menos mal que católicos de mis parroquias llevan otros carteles que dicen: ¡Tengan compasión!
En algunas naciones el miedo a una invasión de extranjeros los domina, mientras otros tratan de ayudar. Algunos piensan que sus vidas corren peligro si ayudan a estos prójimos. Otros dan una mano a costa suya. Vivimos en un mundo en el cual 300 millones sobre 6000 millones poseen un tercio de la riqueza del mundo. Hay 2000 millones que viven con 2 dólares por día. Hay que intentar ayudar a los demás y no sacar ventaja de ellos. Cuando veamos el sufrimiento, las heridas y la desigualdad, podremos cambiar de actitud.
Este proceso es el centro del Evangelio. Francisco nos llama a ser una Iglesia sin fronteras, madre de todos, un hospital de campaña, capaz de mirar la desesperación y responder a ella. En su visita a Lampedusa (Italia) donde cientos de miles de refugiados y migrantes huyen de la persecución, la guerra, la miseria o la tiranía, Francisco entendió la súplica de los migrantes. Ojalá que su visita a los Estados Unidos, ayude a esta nación a reformar la política de inmigración y a hacernos cargo de nuestros hermanos para responder a la injusticia que reina en el mundo.