DOMINGO CASTAGNA
El actual arzobispo de Corrientes fue un muchacho de Villa Luro. El párroco de San Francisco Solano, Alfonso Donnis, lo había presentado al seminario. Lo conocí en 1954 y viajábamos juntos cada día en el 107 para almorzar en nuestras casas. De allí nació una amistad profunda y duradera, y el contacto con un líder estable, de una excepcional capacidad de escucha.
Juntos llevamos el Consejo pastoral arquidiocesano durante muchos años en una época en que el país estaba dividido entre curas conservadores y tercermundistas, con cartas abiertas en los periódicos. Salimos indemnes. Cada lunes debíamos entrar al despacho del arzobispo con nuestras ideas y proyectos. Trabajamos en algo memorable: un directorio pastoral. Inventamos una forma para salvar a los sacerdotes que trabajaban en las villas de emergencia, y que el arzobispo aceptó.
Domingo, es un hombre prudente, con una virtud conseguida por largos años de ejercitar el discernimiento, el juicio y la acción. Fue obispo de San Nicolás, en la época en que comenzaron las «locuciones interiores» de la Virgen María a una católica de allí. Supo hacer de aquella ciudad un centro de peregrinación mariana y conducir la devoción con sabiduría y visión. Su amistad me hizo madurar y perdura en mi corazón.