liderazgo y autoridad

Autoridad y liderazgo

Fabián Valiño,

 

Hace ya un tiempo que la sociedad reacciona de manera defensiva frente a palabras como orden, disciplina y autoridad.  Pareciera que tales palabras evocan casi en una única dirección una época de nuestra historia.  Nadie pone en duda que la sociedad argentina no quiere volver a repetir los errores y el escenario de terror, incertidumbre e impotencia en que hemos vivido por más de una década pero tampoco podemos reducir aspectos tan importantes para el desarrollo y formación de los jóvenes que están en proceso de educarse para una vida futura a vocablos cargados de sentido peyorativo, vedados, sesgados hacia lo odioso y lo prohibido.

 

El liderazgo exige autoridad.  El origen del vocablo auctoritas hace referencia a una potestad que logra un líder legítimo que obtiene el consenso y el apoyo por parte de una comunidad o institución.  Tal autoridad también describe el prestigio que ha sabido construir una persona o una institución a raíz de su formación, su preparación académica, su ética y su ejemplo.  Queda claro que el líder no se “autoimpone” sino que brota de manera legal y por sobre todo, merecida. Para tener cabal autoridad, uno debe poseer los valores morales, éticos y, espirituales que lo hacen autor de la vida y del amor, ya que autoridad se refiere a “autor”.

 

En el caso específico de los docentes, los hace autores de la posibilidad y responsabilidad de enseñar, por la formación obtenida en las carreras de grado como por las actitudes e idoneidad manifestadas en la formación inicial. Las trayectorias formativas relacionadas con la construcción del rol docente, las sucesivas capacitaciones y actualizaciones van generando los dispositivos “autorización” para trabajar en determinado nivel, enseñar determinada materia, asesorar técnicamente en relación a un área específica.

 

Aunque la autoridad docente no es producto exclusivo de su formación, es su practicidad y su grado de relación “con” y “para” el otro, lo que le da un carácter distintivo al acto educativo.  La autoridad del docente no es poder pero sí decisión; la relación docente alumno jamás será simétrica tal y como lo es la relación entre el padre y su hijo.  En los adultos prima la “responsabilidad” de la educación y la formación en ambos tipos de relaciones. Los docentes son responsables de la educación de sus alumnos, los alumnos no tienen responsabilidad hacia el docente, al menos en su formación.

 

Cuando autorizamos a los alumnos, cuando autorizamos a nuestros hijos nos autorizamos a nosotros mismos como responsables directos de la construcción responsable de su ciudadanía.  Verdaderos ciudadanos que busquen el bien común y estén preparados para ejercer, a su vez, futuros liderazgos en todos los ámbitos en los que una sociedad se manifiesta.

 

Del mismo modo en que confiamos en la mayoría de los diagnósticos médicos depositamos sus juicios en su autoridad académica, debemos confiar en la autoridad docente como verdaderos profesionales de la educación.  Disciplina, orden y respeto tienen que recuperar un lugar perdido sin perder de vista el contexto democrático y participativo en el que necesita vivir toda sociedad.

 

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